Festival de San Sebastián

Que viva México

Diego Luna y Felipe Cazals protagonizan la apertura del certamen

El director mejicano Felipe Cazals, posa junto a los actores
El director mejicano Felipe Cazals, posa junto a los actoreslarazon

México ya sacó musculatura en el pasado Berlín, por si alguien no se había enterado. Presumió de gran potencia cinematográfica en Cannes, y ahora en San Sebastián viene a arrasar. Durante la apertura de la Sección Oficial («Chicogrande», de Felipe Cazals) y Horizontes Latinos («Abel», de Diego Luna) se habló mexicano. Y no lo vamos a negar: no nos sobraron los subtítulos –aunque fueran en inglés, como en cualquier festival internacional– para seguir algunos diálogos. Desde dos perspectivas radicalmente distintas y con intenciones también diferentes, un veterano y un novel nos vinieron a contar que la geografía es más tozuda que la revolución: Pancho Villa, aquel que robaba las tierras a los ricos para repartirlas entre los pobres, agrandó el orgullo nacional frente a los gringos, pero no les pudo liberar de compartir con ellos una de las fronteras más extensas del mapa político mundial.


La «pinche» frontera
Si en «Chicogrande» asistimos a la persecución a la que sometió en 1915 el Ejército norteamericano, comandado por el general John J. Pershing, al popular líder de la revolución mexicana, sin ningún tipo de éxito, en «Abel» nos enamoramos de un mocoso de 9 años que tiraniza a su madre. La ausencia del padre, buscando de comer más allá de la «pinche» frontera, acentúa su complejo de Edipo hasta trastornarle.

Tampoco pueden ser más distintas la opinión que ambos tienen de un vecino tan incómodo. «Los norteamericanos no acaban de entender por qué les tratamos tan mal cuando ellos han sido tan generosos con nosotros», tira de ironía Cazals, que recuerda que en su país «hay aún millones de personas que no comen dos veces al día, luego Villa y Zapata tenían razón». Luna, por el contrario, opina que «no podemos culpar de todo lo que nos ocurre a EE UU». Cazals, en pleno bicentenario de la independencia patria, pretende «una visión crítica de la revolución. Pues el resultado de pertenecer a una causa como aquella obligaba a convertirse en un héroe anónimo a cambio de nada». En realidad, ha logrado un filme de ritmo desigual, con interpretaciones también disparejas, aunque algunas alcanzan gran altura, y diversos momentos buñuelianos, como el de las tres prostitutas enanas que engatusan al mando norteamericano.

Las intenciones de Luna son menos pretenciosas, aunque están mucho mejor resueltas. En su debut como director, además de cuidar con mimo la interpretación de un reparto plagado de niños, exhibe personalidad también a la hora de mover la cámara. Será por eso que Malkovich ha confiado en él su dinero. El americano, que sigue quejándose de lo difícil que es financiar una obra fuera de canon en EE UU, un país sin subvenciones ni televisiones públicas que corran con los gastos, adivinó en él «una mente de director». El propio Luna lo confirma: «Siempre me ha interesado lo que pasaba antes y después de que llegaran los actores al rodaje. Cuando filmábamos "Y tu mamá también"el director me decía que dejara de preocuparme por todo e hiciera mi trabajo. Llegué a ponerme una camiseta blanca en las secuencias que rodaban mis compañeros para que se reflejara mejor la luz», recuerda. Poco después acompañó a Alfonso Cuarón a la sala de montaje y allí descubrió que «son los directores los que, en realidad, hacen las películas. ¿Recuerdas aquella secuencia que nos salió tan mal?, me decía, pues le he puesto el audio de la toma 5 y la imagen de la 7». Y eso es lo que, con buen tino, ha tratado de imitar. «Abel» es un filme pequeñito pero muy honesto en el que la comedia nos ayuda a pasar el mal trago de una situación general en México: las madres son aún más madres, y es mucho decir en una sociedad tan matriarcal, porque no hay hombres que las ayuden en nada, todos se han marchado en busca de dólares».


Homenaje al padre
Hay poco de autobiográfico pero mucho en el viaje emocional de los personajes. Luna se crió con su padre tras el fallecimiento temprano de su madre, a quien homenajea de principio a final del metraje. Con él acudió a una función de «Hamlet» que dio lugar al nudo argumental de esta historia: «No será que el príncipe de Dinamarca estaba enamorado de su madre, mató a su padre y acusó a su tío». Tantos autores ingleses obsesionados con Shakespeare para que un azteca tenga que venir a desvelar el misterio del por qué de la pasividad de Gertrudis ante el asesinato de su esposo.



El cartel de los malos augurios