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Murcia

El terrorista que escribía poemas

En las casetes requisadas en la residencia de Ben Laden en Afganistán se mezclan sus reflexiones bélicas y su odio a los judíos con la suavidad de sus versos

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Un iluminado con talento para la poesía. Osama Ben Laden, responsable de la muerte de miles de víctimas, realmente creía estar utilizando sus cualidades intelectuales para hacer justicia en este mundo. Una justicia que, en su concepción fanática y radical, consistía en eliminar a los enemigos del islam (todo Occidente) y crear un califato suní que se extendiera de un extremo a otro del mundo. La fuerza oratoria de sus arengas, la cultura adquirida desde su adolescencia (procedía de una familia multimillonaria y estudió en Reino Unido y la capacidad de persuasión de sus discursos, crearon un personaje poderoso, capaz de aunar las, a veces, insalvables diferencias de las facciones islamistas radicales, admirado asimismo por árabes pacifistas, que lo veían como la única figura capaz de catalizar el descontento del mundo árabe y de enfrentarse al imperio de Estados Unidos y sus presuntos valores antiislámicos. En una mano, el fusil; en la otra, El Corán. Por un lado, espíritu de venganza; por otro, un poema. Combinación inquietante. Consecuencias sanguinarias.

«Ecléctico, inconformista, culto, autodidacta». Estas palabras, que podrían describir a muchos artistas admirables, se refieren al terrorista más buscado (y encontrado) de la historia. El profesor de la Universidad de California, lingüista y experto en estudios árabes, Flagg Miller, lleva diez años estudiando cientos de cintas de casete requisadas en la residencia de Ben Laden, en Afganistán, en 2001, poco después del atentado contra las Torres Gemelas. De ellas, 22 están grabadas por el terrorista, que incluye reflexiones bélicas junto a sus versos. «Aunque el odio pueda nublar la objetividad, era un buen poeta, directo, original, con momentos conmovedores», explica Miller por teléfono, desde California. Lamentablemente esa notable capacidad intelectual se dirigió a la captación de militantes para la lucha yihadista (la guerra santa). «Creía que era su obligación», asegura Miller. «Ben Laden se veía como un musulmán normal –más rico, eso sí– pero con el carácter y la determinación adecuadas para luchar por la verdadera justicia, ésa por la que otros, más débiles, no se atrevían», afirma el profesor, que publicará en 2013 el libro «Becoming Bin Ladin», donde analiza sus palabras, la génesis de Al Qaida y las teorías de otros líderes del movimiento.


En Afganistán
En un principio, el odio de Ben Laden no se dirigía sólo hacia Estados Unidos. En 1979, tras la invasión de Afganistán por la Unión Soviética, se traslada a Pakistán para ayudar a los voluntarios a combatir a las fuerzas soviéticas. Como una ironía del destino, «también combatió otro tipo de objetivos, como la corrupción de los líderes árabes», prosigue el experto. Pero en 1988 funda Al Qaida y, en 1996, emite una declaración de guerra. «Desde entonces, el objetivo fue EE UU». Ese año murieron 24 soldados estadounidenses en Arabia Saudí. Después asumió la explosión de dos camiones bomba frente a las embajadas americanas en Kenia y Tanzania, con 224 víctimas. Sólo quedó algo, según las grabaciones, que Ben Laden detestara más que Norteamérica: el pueblo judío.

Rodeado siempre de libros, los escritores favoritos de Ben Laden coinciden con sus preferencias bélicas. Basta repasar sus poetas de referencia, fuentes de inspiración, la mayoría de la península arábiga, como él. Guerreros que respetaron la tradición islámica. Destaca Ka`b Ibn Malik, Hasan Ibn Thabit y Abdalla Ibn Rawaha. También sentía predilección por un preislámico, Antar Ibn Shaddad, que combinó el espíritu heroico con la belleza del vocabulario.

Sin embargo, el gran poeta andalusí Ibn Arabi de Murcia le resultó demasiado místico y lo rechazó por herético. También le emocionaba todo lo relacionado con Al-Andalus, pero no consta que leyera específicamente a su rica tradición lírica. Las cintas, algunas con fotos de pistola en la carátula, pasaron primero por el FBI y la cadena CNN. «El poder alcanzado bajo el mando de Ben Laden revela la sofisticación y precisión del movimiento», apunta Miller. «Sus argumentos se basan en la ley, teología, cultura e identidad islámica usando términos conocidos por los musulmanes más eruditos», precisa.

Al mismo tiempo Ben Laden emplea un árabe antiguo, más bello y familiar al pueblo llano. Para contextualizar sus intenciones, otros clérigos se refugian en textos legales saudíes con la consigna de ordenar el bien y prohibir el mal. Entre los males se encontraban las costumbres occidentales, que eran, para Ben Laden, sinónimo de fornicación y usura.

La energía oratoria del líder de Al Qaida es evidente y, sin embargo, la suavidad de algunos extractos, donde recita poemas (algunos suyos), casan difícilmente con su personalidad criminal. «Todas las religiones cuentan con grandes artistas de escasa calidad humana», concluye Flagg Miller. En el caso de Ben Laden, un líder, un asesino, un aficionado al verso.


Interesado por la Ingeniería
Ben Laden no vivía al margen del mundo. Le gustaba enterarse de todo, incluso en su escondite de Pakistán, donde, a falta de internet y teléfono, las personas de confianza le llevaban noticias. En sus discursos hacía referencia a episodios políticos o culturales de Europa o América. «Le interesaban las consecuencias del colonialismo británico, los avances en ingeniería, los movimientos de gobierno en todas las naciones», sostiene Flagg Miller, experto en la figura de Ben Laden. Además de su familia, el escaso número de personas que frecuentó su última residencia eran mensajeros. Ellos le mantenían informado.