Literatura

Sevilla

Saramago

La Razón
La RazónLa Razón

No me gusta, literariamente, Saramago. Incluso quienes no coincidían con sus postulados ideológicos se han precipitado, sin embargo, a aclarar que, pese a ello, siempre le habían reconocido su talento como escritor. Este periódico, por ejemplo. Yo no coincido con esa unanimidad literaria. Desde luego, tampoco me emparentaba con él en lo político, además de que siempre me pareció que sus posturas eran algo confusas: no sé qué sociedad defendía, más allá de eslóganes con los que podría estar de acuerdo: democracia, justicia social, etcétera. Si la sociedad que propugnaba se parecía a lo que se llamó «socialismo real» (como la antigua Unión Soviética), desde luego, conmigo no podía contar. Si se trataba de otra cosa, no sé muy bien qué cosa era. Eso sí, siempre estuvo fotográficamente donde debe estar «un buen comunista», perejil de todas las salsas.Pero dejemos eso, yo quiero hablar de lo puramente literario. Es habitual dar un plus post mortem del que todos los fallecidos suelen beneficiarse temporalmente para que se potencien sus méritos. Yo tampoco quiero hacerlo ahora con Saramago. Lo conocí hace muchos años en Sevilla, entonces no era tan famoso, pero ya era un escritor con cierto reconocimiento y algunas novelas publicadas. Frecuentaba una tertulia de escritores mediocres, pero divertidos y gozadores de la buena mesa y la tertulia. Habían puesto su talento, más que en la literatura, en la vida misma. Lo leí bastante hasta El Evangelio según Jesucristo, novela que ya encontré farragosa, con una prosa «administrativa», cansina, llena de descripciones innecesarias. Saramago vino mucho a Murcia, de la mano de Victorino Polo, incluso se celebró un congreso sobre su obra, en el que participé, y en el que dije lo que pensaba, y Pilar del Río me recomendó su poesía, menos conocida, aunque muy divulgada a través de la canción, adaptada incluso al fado y al flamenco. Lamento su muerte, pero no me gustaban ni el personaje ni el escritor.