Turquía
El fracaso de Italia en Libia por César Vidal
Unificada en 1871, tras apoderarse de los Estados pontificios y proclamar Roma como su capital, Italia llegó tarde al reparto colonial de territorios. En 1902, en una muestra de aparente generosidad, Francia declaró que no veía inconveniente para un desembarco italiano en lo que ahora conocemos como Libia
Aunque no era una gran potencia como Gran Bretaña, Alemania o Rusia, Italia se entregó con entusiasmo a la aventura colonial, una aventura, dicho sea de paso, que contó con partidarios tan diversos como el partido socialista o los grandes industriales.
El 23 de octubre de 1911, las fuerzas italianas incluso hicieron historia al bombardear por primera vez desde el aire un objetivo militar. Comenzaba así una trágica característica de las guerras del siglo XX, la utilización de la aviación como arma. En teoría, el conflicto tenía que haber constituido un paseo militar para las tropas italianas –veinte mil soldados– que habían desembarcado en el litoral libio el 10 de octubre. Ciertamente, el general Carlo Caneva se apoderó con relativa facilidad de Tobruk, Derna y Homs, pero Bengasi se transformó en una verdadera pesadilla para las armas italianas. El 23 de octubre, los italianos estuvieron a punto de ser rodeados y aniquilados por la caballería otomana en las cercanías de Trípoli y, el 22 de noviembre de 1911, un joven oficial turco llamado Mustafá Kemal les asestó una dolorosa derrota en la batalla de Tobruk.
La Prensa italiana intentó minimizar el desastre, pero la verdad es que Kemal, el futuro presidente de Turquía, estuvo a punto de aplastar al enemigo hasta el punto de que la metrópoli se vio obligada a enviar cien mil soldados más. La categoría del envite puede entenderse mejor cuando se tiene en cuenta que frente a ellos el ejército otomano sólo disponía de veinte mil soldados árabes y ocho mil turcos.
Si, finalmente, las armas italianas lograron imponerse se debió tan sólo a que otros enemigos del Imperio otomano –Serbia, Montenegro, Grecia y Bulgaria– se alzaron en armas y de esa manera impidieron el envío de refuerzos. Cuando en 1912 se firmó la paz, Italia emergió como vencedora, pero más sobre el papel que en la realidad. Diez años después, Libia, salvo algunas zonas muy concretas, seguía siendo un país que se resistía a rendirse. Tras el paréntesis obligado de la I Guerra Mundial y la llegada de Mussolini al poder, Italia intentó convertir en realidad su dominio formal sobre Libia.
La pretensión se tradujo en una guerra especialmente sanguinaria que no concluyó hasta el 11 de septiembre de 1931, cuando el cabecilla libio Omar Mujtar fue atrapado en una emboscada. Cinco días después, tras una farsa procesal, Mujtar fue ahorcado en la creencia de que con él moriría cualquier resistencia a la invasión italiana. Antiguo maestro y convencido creyente, las últimas palabras de Mujtar fueron: «A Al.lah pertenecemos y a él regresaremos». El dominio italiano sobre Libia apenas duraría una década más.
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