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En el club de Bartleby por Toni Montesinos
El penúltimo título que Antonio Tabucchi publicó en España, «El tiempo envejece deprisa» (2009), podría servir para cualquier epitafio, incluido el suyo, pero también como máxima que expresa la tristeza inherente al tópico del «tempus fugit». El Renacimiento inglés originó bastante literatura sobre esta mirada melancólica de una vida que se nos va de las manos y que a veces nos hunde en el tedio, y esa ráfaga de negatividad salió volando y sopló en toda Europa, y quitarse esa vida envejecida llegó a la Alemania de Goethe, atravesó la Francia de Chateaubriand y se quedó en tierras meridionales.
El autor de «El sentimiento trágico de la vida», Miguel de Unamuno, dijo que «Portugal es un pueblo de suicidas» –escritores como Uriel d'Acosta, Camilo Castelo Branco y Antero de Quental lo fueron–, mientras uno de los protagonistas de Pío Baroja, el Andrés Hurtado de «El árbol de la ciencia», se mataba porque era mejor no saber la verdad de la existencia, y más al Este, Cesare Pavese nacía para, al cabo de 41 años, en Turín, detener su tiempo con dieciséis somníferos y confirmar aquello que escribió: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».
Todos ellos sentirían la «saudade» del Pessoa que fascinó de joven a Antonio Tabucchi. El poeta también se apartó de la vida haciéndose Nadie en una oficina, escribiendo a escondidas y abusando del alcohol que iba a terminar con él. Estos autores del sur, como Luigi Pirandello en su momento, con su Matías Pascal al que le roban la identidad (otro Ninguno) por culpa de una falsa noticia de suicidio, como ahora Enrique Vila-Matas y sus personajes en perpetuo fracaso, encuentran en el hombre corriente al antihéroe que deberá pasar a la acción, aunque prefieran no hacerlo, por decirlo con la frase del Bartleby de Melville. Tienen la «saudade» metida en los huesos por respirar un mismo aire, y por eso entre ellos se comprenden.
Por tal motivo puede ocurrir que, un buen día, desde París, un italiano se enamore de Lisboa porque ha leído un poema de Fernando Pessoa, que España acabe siendo su tercer hogar y que, en un arranque de inspiración portentoso, convierta el rutinario día a día del viejo periodista Pereira en una valiente búsqueda de la libertad frente a la represión de la dictadura lusa. Un acto de valor eterno más allá de que el tiempo, el de los personajes y también el nuestro, envejezca deprisa, demasiado deprisa.
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