Bilbao
El Atlético se autodestruye
Punto y final. El partido de la amnistía fue una condena para el Atlético, para Quique, para sus dirigentes y para la afición rojiblanca, que ahogó sus penas insultando a los dirigentes, abroncando a Forlán y recordándole a Gurpegui su positivo de hace unos años. Era necesario evadirse, aunque fuera por la tremenda, porque de fútbol cuando juega el Atlético no se puede hablar.
El equipo ha entrado en una total descomposición y entre Iraola y Toquero, con la ayuda involuntaria del colegiado, que expulsó a Perea injustamente, se bastaron para desnudar a los madrileños, que celebraban los cien años de la camista; una camiseta que muchos de los que se la ponen cada domingo no la honran. No por falta de ganas, simplemente por sus limitaciones futbolísticas.
Quique habló del partido de la alegría y fue el de la desilusión, el de la impotencia y el de la reafirmación de que el ciclo del técnico ha terminado. Habrá que darle las gracias por los servicios prestados y los títulos conseguidos,y pensar en otro inquilino del banquillo, no para junio sino para ahora porque los objetivos europeos cada vez están más lejos y lo que queda de campeonato se les pueda hacer muy largo a todos.
Apostó Quique por Elías, en detrimento de Juanfran, que tampoco ha hecho ningún mérito para vestir la rojiblanca, y le juntó con Assunçao y Tiago. Un trivote, con Reyes por delante con la misión da dar el último pase a Forlán y Agüero. Las bandas eran para Ujfalusi o Filipe Luis según por dónde transcurriese el juego. Y en ese galimatías táctico, tampoco hubo orden y la buena colocación de Gurpegui, Javi Martínez y David López permitía que fueran los bilbaínos los que tomasen la iniciativa en los primeros compases. Se asomaban Llorente y Javi Martínez al área de De Gea y respondían Agüero y Forlán cuando el Atlético jugaba a impulsos, ansiosos y sin esa tranquilidad que da manejar el balón con soltura. En ese papel Reyes se multiplicaba, pero el Athletic no sufría ningún sobresalto, estaba bien plantado en el campo y daba sensación de tener las ideas más claras.
El partido no tenía dueño, había alternativas en el juego porque tampoco Javi Martínez tenía un día inspirado y los porteros habían solventado bien la papeleta cuando Agüero, Llorente o Toquero recibían una pelota en condiciones. Sin embargo, todo cambió con la expulsión de Perea en la jugada del penalti que Fernando Llorente mandó fuera. La acción no pareció merecedora de la máxima pena y el Atlético se quedó con diez, convencido de que podía comenzar su calvario.
Y así fue. Elías, internacional por Brasil e incapacitado para el Atlético, se fue a la derecha y Ujfalusi pasó al centro. Recomponía líneas el equipo y Forlán, minutos después, fallaba la ocasión más clara de la tarde. Su egoísmo le impidió pasar a Agüero y su disparo ante Gorka, después de un contragolpe en superioridad, salió fuera.
El error descomunal de Forlán fue un alivio para el Athletic, que encontró oro en una perfecta acción de Iraola, al que nadie le salió al paso, para que su centro lo rematase Toquero –primer tanto de la Liga– anticipándose a Godín y Ujfalusi. Un gol del que ya no se recuperó el Atlético en un momento clave y decisivo.
Se fue Elías, entró Domínguez para jugar con tres defensas, pero el Atlético no enderezó el rumbo. Al revés, fue de más a menos y la seriedad del Athletic fue imponiéndose hasta que los mismos protagonistas del primer gol repitieron suerte. Centró Iraola y Toquero marcó sin oposición. Se oyeron los primeros gritos contra Quique y el partido comenzó a jugarse en las gradas porque en el césped el Atlético era un alma en pena que vagaba en su autodestrucción sin ninguna autoestima mientras que Caparrós –al que lo colocan en el banquillo del Calderón para la próxima temporada– vivía un placentero final. La cara opuesta era Quique. El proceso de autodestrucción sigue, seamos realistas.
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