Investigación científica
Chantaje por Alfonso Ussía
Vivo rodeado de eminentes oncólogos y una maravillosa enfermera –ATS–, que han dedicado su vida a paliar el sufrimiento de los enfermos de cáncer. Tengo muy queridos familiares y amigos sometidos al estupor que siempre produce la conciencia de llevar en el cuerpo un tumor, sólido o líquido, que de no ser detenido puede acortar su futuro. En todos los casos a los que me refiero la entereza, la valentía y la lucha han estado presentes. Los hay que se apoyan en sus propias fuerzas y también, la mayoría, que buscan en el cobijo de Dios un motivo más, el fundamental, para combatir su tragedia. Y al escribir que estoy rodeado de eminentes oncólogos y una maravillosa enfermera, no exagero ni una punta de hierba. Muchos de sus enfermos están curados, y los que no han alcanzado todavía los espacios de la curación, mantienen un nivel de vida formidable.
Me estoy refiriendo, claro está, a mujeres y hombres buenos, que no han hecho mal a nadie en la vida, y que por un capricho de la genética alojan en sus cuerpos un tumor maligno. De ellos se puede decir y escribir todo lo bueno. Que son un ejemplo de fe cristiana, de entereza, de fuerza humana ante la adversidad, de alegría, de fabulosa administración de la salud que les resta, y de auténtica, casi botánica observación de todas las grandezas naturales que la vida regala y a las que no hacemos excesivo caso ni miramos apenas con la ceguera de la buena salud.
No es el caso de Uribecheverría Bolinaga, terrorista de la ETA y cruel carcelero en su «zulo» escalofriante de José Antonio Ortrega Lara. Según dicen –y me lo creo–, este canalla padece de un cáncer en situación terminal. Créanme que lo siento. Nadie es capaz de meterse en los pensamientos y las sensibilidades del prójimo, y hasta pudiera ser que la enfermedad y la soledad de la cárcel hayan suavizado la perversidad insuperable de este etarra. Pero me asalta la duda, y es una duda razonable y razonada. Dudo, como ha dicho Garitano, el dirigente de «Bildu», que lo ha visitado en el hospital donostiarra donde se encuentra bajo vigilancia policial, que el enfermo Uribecheverría Bolinaga sea un ejemplo de humanidad y entereza. Su «humanidad» le permitió vivir alegremente a sabiendas de que un ser humano, un hombre bueno, José Antonio Ortega Lara, llevaba quinientos días secuestrado, torturado en un agujero, aniquilado física y anímicamente en unas condiciones que ni en Treblinka, ni Dachau, ni en Mathaussen ni en los campos de exterminación de Stalin se hubiesen tolerado. La última intención del «humano» etarra y sus compañeros de la ignominia no era otra, y así lo reconocieron, que abandonar a su suerte al secuestrado para facilitarle una muerte lenta y angustiosa en la soledad de su agujero. Ya en la cárcel, y con presos islamistas, Uribecheverría Bolinaga, brindó entusiasmado por el resultado de los atentados del 11 de marzo de 2004, que segaron la vida de doscientas personas en Madrid y el futuro de miles de familiares. Hay que tener un cinismo muy corrosivo, como el del tal Garitano, para ensalzar la «humanidad» de tan relevante escoria.
Una persona así no contrae la enfermedad como otra cualquiera. La lleva dentro de por sí. El terrorismo, la crueldad, la maldad, la alegría por la sangre inocente derramada, la indiferencia ante la tragedia ajena, conforman una deformación en el ser humano que desemboca en un cáncer múltiple, incurable, en una metástasis de odio y vileza, que no tiene remedio científico ni médico para su curación. Se trata de un tumor maligno de alma, de un cáncer anímico, devastador, que envenena los sentimientos antes que el organismo.
Me entristece el sufrimiento físico de quien padece, además de su cáncer de alma, un cáncer en el cuerpo. Contra el segundo se puede combatir. Contra el primero nada hay que hacer. Es un caso perdido. Se trata de un tumor maligno invisible y demoledor. Los diferentes grupos etarras admitidos por el Tribunal Constitucional para formar parte de las Instituciones, piden y exigen al Gobierno que sea generoso con el etarra enfermo, y permita que viva sus últimos meses, o semanas o días en libertad y rodeado de los suyos. No estoy a favor del perdón, y tampoco en contra. Se trata de un terrorista acabado, no por su enfermedad corporal, sino por su putrefacto mal anímico. Ha merecido este artículo porque su situación terminal no es la protagonista del episodio, sino la utilización que de ella están llevando a cabo los grupos del entorno etarra para chantajear al Gobierno de España. Y eso es lo que hay que analizar. La muerte de Uribecheverría les conviene y les importa un bledo. Lo importante es lo otro, el chantaje, y ahí se eleva la muralla de la dignidad del Estado de Derecho, que no se pierde si mantiene la muralla aunque se muestre misericordioso.
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