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Llamada a deshora

La Razón
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Jamás he utilizado agenda y durante mucho tiempo sentí aversión hacia las personas que nunca hacían algo que no hubiesen antes registrado en su bitácora. Supongo que ésa es la razón por la que he perdido tantas citas interesantes y también el motivo por el que hice en su lugar otras cosas que a la larga me iban a resultar inolvidables. Mi orientación social ha tenido siempre mucho más que ver con el instinto que con el orden. El problema es que la prosperidad social de un hombre está muy limitada si no dispone de una agenda con muchas anotaciones y numerosos compromisos. Yo jamás he tenido muchas ocupaciones, de modo que puedo recordar de memoria las pocas citas a las que me comprometo y los teléfonos que de verdad me importan. Sabedores de mi desidia para estas cosas, quienes apalabran una cita conmigo saben que lo mejor será que para ese mismo día y para esa hora hayan previsto otras ocupaciones con el fin de no perder el tiempo esperando a un tipo que es capaz de pedir que le esperen en la estación de ferrocarril de una ciudad en la que nunca se detuvo el tren. He perdido unas cuantas amistades por eso, pero conseguí otras gracias a que mi informalidad les sirvió para descubrir que cualquier hora de la madrugada es buena para recibir la llamada telefónica de alguien con cuya conversación pueden a veces salvar uno de esos baches emocionales que produce la odiosa tenacidad del silencio indeseado. Por esa razón siempre he concebido la amistad como algo que no es previsible y calculado, como una inversión, sino como algo inesperado y agradable, como un premio. Puede que mis amigas se decepcionen si no acudo a una cita a media tarde, pero me consta que en general no les molesta en absoluto que las despierte mi voz al teléfono a las cinco de la mañana. «¿Sabes qué hora es?», se queja alguna a esas horas. Y yo le digo: «Lo siento. Sé que habíamos quedado para después del almuerzo, pero se alargó la sobremesa. Ya sabes que no llevo muy bien mis asuntos. Podría haber anotado lo nuestro en una agenda, lo sé, pero en ese caso, amiga mía, en ese caso esta llamada te la estaría haciendo mi contestador automático». Entonces ella prepara café si vive cerca. Y si vive lejos, ¡Dios Santo!, si vive lejos se incorpora en la cama, cierra los ojos y huele las flores que esa noche llevo para ella en las manos. Claro que a veces he tardado en reaccionar. Y entonces la llamada que hago a destiempo es ésa que por desgracia nadie se levanta a coger en el cementerio.