Londres
Otra vuelta de Turner
El Prado enfrenta al pintor inglés con sus maestros en una retrospectiva de su obra que ha reunido 40 cuadros del artista
La atmósfera es mi estilo», reconoció Turner en 1840. El pintor que había concedido a la luz atributos que hasta entonces sólo pertenecían a a los hombres –melancolía, pasión o romanticismo–, había decidido empezar por el principio. Formado en el dibujo de arquitecturas (Piranesi fue, con los paisajes subterráneos de sus «Cárceles», uno de los espejos en los que se reflejó su talento), había partido de coordenadas clásicistas. El artista levantó la mirada cuando todavía era muy joven para estudiar a los maestros del pasado y también a los que dibujaban a su alrededor. Un proceso de asimilación, por vía de la imitación y la copia, en el que desarrolló enseguida su característico estilo. «Se fijó en la tradición de Claudio de Lorena y en el conocimiento empírico de la pintura holandesa. A partir de esos dos caminos evolucionó hacia la disolución de la pincelada y una valoración más nueva del color que le hacen parecer a nuestros ojos tan moderno, pero que, sin embargo, están en deuda con su trabajo anterior. Hay una enorme coherencia en su trayectoria», comentó ayer Javier Barón que, junto a David Solkin, director Adjunto de The Courtauld Institute of Art, es comisario de la exposición que ayer se presentó en el Museo del Prado: «Turner y los maestros», la primera retrospectiva de grandes proporciones que España dedica a este creador inglés que convirtió la naturaleza en un espectáculo dramático y épico. La muesta reúne cuarenta de sus cuadros y se enfrenta a los nombres que admiraba y que le inspiraron: Rubens, Rembrandt, Claudio de Lorena, Canaletto, Constable, Poussin, Watteau o Ruysdael. Un recorrido que permite comparar y comprender. Comparar con los que le enseñaron y entender su transformación pictórica. «Le interesaba más el paisaje y la luz que la figura, que estaba sometida a ellos. Consigue imprimir una dimensión bíblica a los exteriores que recreaba», prosigue Barón. Goethe y el colorAl fondo, en la perspectiva de sus horizontes, se libraba una batalla mayor: un duelo teórico por el color entre él y Goethe. «El escritor sostenía que en la oscuridad había una ausencia total del color. Pero él demostró con "Tarde de diluvio"que había color, y que esa oscuridad y sombra estaba hecha, precisamente, de color», cuenta Barón. Un argumento que extrajo de su experiencia vital: como un Ulises moderno se hizo amarrar al mastil de un barco para contemplar en alta mar, cómo las olas batían las costas y la tormenta que después plasmaría con genialidad sobre el lienzo. En su recorrido difuminó la figura hasta convertirla en un espectro apenas intuido en medio de un oleaje de tonalidades y colores. El protagonismo recaía en el paisaje. Turner no creía en Dios, pero sí en la naturaleza y en su poder. Y él la retrató, con el pretexto de una escena histórica, bíblica o pagana, su ilimitado poder. Y con esas composiciones imprime a las escenas toda la mitología de la tragedia y el drama. Los hombres son miniaturas extraviadas en la inmensidad: «Avalancha en los Grisones», «Tarde nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes», «Luz y color», «Vapor frente a la bocana de un puerto». El director adjunto de la pinacoteca, Gabriele Finaldi, subrayó: «Forjó su genialidad artística apropiándose del gen de los artistas que admiraba. Con eso consigue recrear una poesía visual». Para él, Turner, que había sido hijo de un barbero, «se convirtió en un coloso de la naturaleza. Logró que las formas se desvanecieran en la luz y que el color abriera las puertas al impresionismo y el expresionismo abstracto, aunque a él le horrorizaría esa comparación». La muestra, que proviene de Londres y del Grand Palais de París, recala en Madrid con nuevas piezas. Unas telas que en ocasiones son impresionantes, como «Naufragio de un carguero», «Paz. Entierro en el mar» (pieza imprescindible) y «Moisés escribiendo el libro del Génesis», entre otras. Todas firmadas por Turner. Pero, la muestra también ha incorporado «Les plaisirs du Bal», de Watteau, al que Turner siguió en sus pequeñas pinturas de salón, «Puerto con el embarque de Santa Úrsula», de Claudio de Lorena, y «Paisaje con una carreta al atardecer», de Rubens. El magisterio de RembrandtTurner aprendió del genial Rembrandt, del que se exhiben varias obras, dos cosas: el estudio de la figura humana y la luz. El Museo del Prado ha reunido obras impresionantes para ilustrar esta exposición. Entre ellas sobresale un cuadro de Rembrandt: «Muchacha en la ventana» (imagen inferior), una pieza que se enfrenta con otra del pintor inglés: «Jessica».
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