Nueva York
Tutankamón un primo cercano
La génetica nos acercó al chimpancé y ahora, a Tutankamón. La primera opción hizo realidad la peor pesadilla de los creacionistas, que todavía no han asumido que provienen del mono. La segunda ha realizado ese sueño infantil de ciertos sustratos sociales de pertenecer a una estirpe real.
Un estudio ha demostrado que la mitad de los habitantes de Europa está emparentada con el faraón egipcio, algo que no va a convertir a nadie en príncipe (la mayoría seguirá siendo sapo, rana, Shrek o lo que sea, y más en tiempos de crisis), pero que siempre está bien saber, por aquello de conocer cuáles son las raíces y de dónde proviene uno. El hijo de Akenatón no es que fuera un Don Juan del Nilo, un Casanova vocacional del imperio alto y bajo que dejara embazaradas a once mil vírgenes. Falleció a los 19 años y el chico no tuvo tiempo para tanto. Pero a su perfil genético, el denominado haplogrupo R1b1a2, pertenece la mitad de los varones de Europa. ¿Qué significa esto? Que una considerable fracción de europeos proviene de un antepasado común –aparte, claro, del dichoso mono que tanto exaspera a los creacionistas y del que venimos todos, incluido el propio Tutankamón–.
Un centro de genealogía de Zurich, Igenea, ha dedicado incontables horas, y un número indeterminado de investigadores, a reconstruir el ADN del rey egipcio, que no fue un gran gobernador ni tampoco un estadista con gestas inmortales, de ésas que hacen que tu nombre sobreviva al viento y el fuego. Sin embargo, tuvo el detalle de reaparecer para la historia con una tumba repleta de oro –más bien habría que decir que las puertas de la historia se le abrieron gracias a este considerable monto de metal dorado–.
Árbol genético
Lo cierto es que si no fuera por esa cantidad de riquezas a granel, ni los mismísimos suizos, con sus modernos laboratorios científicos, se habrían molestado en sacarle el árbol genético ni emparentarle con nadie. Es más, a ninguno le importaría lo más mínimo tener algo que ver con una momia de El Cairo. Pero el muchacho, aparte de con vendajes, reapareció con oro y eso se valora, hace currículum.
Los análisis van más lejos. Señalan que el 70 por ciento de los británicos y españoles estamos emparentados con él. Y los franceses un 60 por ciento. ¿Soluciona eso algún aspecto de nuestros caracteres? ¿Aclara por qué los ingleses tuvieron Parlamento tan pronto, los galos sienten propensión por las revoluciones o los españoles son impredecibles? No, pero sí que Cromwell, Robespierre y el cura Merino comparten algo: un ancestro común que vivía en el Cáucaso hace 9.500 años. ¿Eso quiere decir algo? A saber...
De momento, en Twitter y el resto de comunidades «online», los usuarios –que han entendido inmediatamente que pertenecen a ese 70 por ciento–, han comenzado a reivindicar parte de la herencia, que se conserva en el museo arqueológico de la capital de Egipto.
Hace años, la gente se conformaría con el honor de este imprevisto emparentamiento y ya está. Pero, los tiempos, como dijo Bob Dylan, han cambiado, y la cosa no está para escudos nobiliarios. El único misterio que todavía queda pendiente, y que los suizos no han resuelto es ¿y quiénes conforman ese treinta por ciento restante?
Un perro de ida y vuelta
Mientras el laboratorio Igenea emprende la búsqueda de los parientes más próximos a Tutankamón (proyecto que arranca ahora), el Metropolitan de Nueva York va a devolver próximamente 19 piezas que pertenecían a la tumba del faraón después de más de medio siglo en sus vitrinas, exactamente desde 1948. Entre las obras que retornarán figuran una estatuilla de bronce de un perro y la figura de una esfinge. Este acuerdo es fruto de la colaboración con las instituciones egipcias. Las obras se incorporarán a la colección del rey Tut y estarán custodiadas en el museo del Gran Egipto, próximo a las pirámides de Giza, que en estos momentos se encuentra en obras y que abrirá sus puertas a los visitantes en 2012.
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