Elecciones en Francia
El monarca republicano
Charles de Gaulle regresó al poder en 1958, cuando la IV República Francesa agonizaba víctima de la Guerra de Argelia y la permanente inestabilidad política. El general promovió una nueva Constitución que instauró un sistema presidencialista que concede al jefe de Estado amplios poderes, y el 8 de enero de 1959 se convirtió en el primer presidente de la V República. De acuerdo a la Carta Magna, el inquilino del Elíseo es el jefe de las Fuerzas Armadas, marca las líneas maestras de la política interior y exterior, nombra al jefe de Gobierno y a sus ministros, puede disolver la Asamblea Nacional, convoca referendos y promulga las leyes. Incluso, asume poderes especiales en caso de grave crisis. Es elegido por sufragio universal por un mandato de cinco años y sólo puede ser reelegido una vez.
Sin embargo, De Gaulle no predijo que un presidente se viera obligado a gobernar con una mayoría parlamentaria de distinto signo político, como le ocurrió al socialista François Mitterrand en 1986-1988 y en 1993-1995, o al neogaullista Jacques Chirac entre 1997 y 2002. Durante estas incómodas «cohabitaciones», el Gobierno dirige la política interna, mientras que el presidente se concentra en la política exterior. Y es que el mandatario francés no está sometido al escrutinio del Parlamento, en el que no está obligado a comparecer.
La Constitución de 1958 reviste además al jefe de Estado de una protección más propia de un monarca que de un presidente. El jefe de Estado goza de inmunidad judicial por hechos ocurridos antes de su toma de posesión y, según el artículo 5, sólo puede ser destituido si no asegura el funcionamiento regular de los poderes públicos y la continuidad del Estado. El socialista François Hollande ha prometido durante la campaña reformar el estatuto penal del presidente para que pueda ser juzgado por delitos anteriores. Incluso Mitterrand, que equiparó el régimen de De Gaulle con un «golpe de Estado permanente», no quiso renunciar a a ninguna de las prerrogativas creadas por su viejo rival político. Y es que la atracción por el poder es demasiado grande como para renunciar a ejercerlo cuando al final se ha conquistado.
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