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Manila

Un viaje a China

 

La Razón
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Con bastante tiempo para su preparación (casi es tan importante saber adónde y a qué se va, como el viaje en sí mismo), el pasado mes de agosto fui pasajero en China por diez días; con destinos en Shanghái y Pekín, para apreciar las novedades de un país al que desde 1972 he viajado una docena de veces, para visualizar su espectacular evolución. Que en dos ocasiones traté de trasladar a los lectores, con un primer libro titulado «China 2001: la cuarta revolución», y otro más amplio en su concepción, «El siglo de China: de Mao a primera potencia mundial» (2007). Todo lo cual, unido al desempeño de una cátedra como profesor visitante en la Universidad de Macao desde 1997, me ha llevado a una para mí muy interesante atención de lo que es el mayor país del mundo por su población, y futura superpotencia planetaria.

En este viaje, en Shanghái pudimos navegar plácidamente por el río Huangpó, que separa los grandes distritos del Bund (las antiguas concesiones a las principales potencias extranjeras) y Pudong (el nuevo Manhattan shangainés). En cuanto a la Expo 2010, me pareció impresionante el pabellón chino, que recupera una potente fuerza confuciana de templo rojo. Y que alberga muestras de los instrumentos del futuro de grandeza del país; no exento, desde luego, de grandes dificultades a superar. En cuanto al pabellón de España lo vimos como una gran atracción –más de siete millones de visitantes hasta terminar la Expo–, por algunas configuraciones extraordinarias, como el audiovisual de Bigas Luna (El DNA de España) y el niño Miguelín de Isabel Coixet.

Luego, en el viaje a Pekín pude vislumbrar, en un día muy claro desde el avión, uno de los grandes problemas del país: la invasión abrumadora de las tierras más fértiles por el crecimiento urbano, residencial y fabril. Ya en Pekín tuve la sensación de que se ha entrado en la más grave de las deseconomías de escala, por lo enorme de la ciudad.

En la capital de la República Popular, tuvimos experiencias muy placenteras nuestro grupo viajero (los Burón, Olaciregui, Debasa, Navalpotro, Torrelles, Fortuny y Baratech, además de los Tamames), y nos introdujimos plenamente en una serie de relaciones hispano-chinas, con actos que me resultaron de lo más significativos. El primero de ellos fue mi investidura como Profesor Honoris Causa de la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín, con los mejores auspicios del rector Chen Yulu y el decano de Filología Española Liu Jian. Una ceremonia entrañable, expresiva del interés chino por muchas cosas y personas de España; empezando, desde Madrid, por el Consejero de la Embajada Wang Zhiwei, que a su amistad une la generosidad de recrecer nuestro intercambio en diversidad de áreas.

En el rectorado de la Universidad, y con todo un ceremonial solemne, tuvimos una sesión espléndida. En la cual recibí una salva de aplausos al saludar en chino; con un texto preparado por mi hija y sinóloga Alicia, en pinyin; esto es, chino con caracteres románicos, que reproduzco a continuación:

«Gue uei laoshe, gue uei tongsüe, nüshemen, sienshengmen, dadjia jao».
«Profesores, alumnos, Señoras, Señores, buenos días a todos»
Después, la estupenda ocasión de coincidir con el Secretario de la Real Academia Española, Darío Villanueva, en la sesión de apertura del VII Congreso de Hispanistas Asiáticos. Media jornada que me permitió valorar el gran interés por nuestra lengua en el continente que económicamente está dominando ya el planeta.

Y como actos finales –y hago esta exposición no para lucir méritos sino para expresar agradecimientos por hospitalidades entrañables–, la acogida que tuvimos, para dictar una conferencia en el Instituto Cervantes. Allí me referí a las relaciones hispano-chinas desde el siglo XVI (la nao de la China o galeón de Manila, la pretendida conquista del Celeste Imperio denegada por Felipe II, la visita irrealizable de Cervantes a su lector el Gran Emperador chinesco), y el futuro común de los dos países. En el Instituto, Inmaculada González-Puy, su directora, reunió a lo mejor de estudiantes y profesores, en lo que fue un acto en verdad inolvidable. Seguido de un refrigerio en un jardín próximo junto a un lago, ya en una noche refrescante. Algo muy de agradecer, después de una calurosa mañana revisitando «la ciudad prohibida».

Y por último, quiero resaltar la dedicación de nuestro Embajador, Carlos Blasco Villa y sus colaboradores (entre ellos el Ministro Consejero, Fernando Arias G.), que estuvo en mi investidura como profesor, y en la conferencia del Instituto Cervantes. Nos ofreció, además, una cena de trabajo a mi «particular comitiva» de 15 amigos; con otros comensales, y acabando todo ello en un auténtico seminario sobre China y su futuro. Y todo eso, a 48 horas de la llegada de ZP para entrevistas con los dirigentes de Shanghái y Pekín.

Aunque haya pasado tan poco tiempo desde mi retorno, ya siento, al escribir este artículo, una cierta nostalgia por un viaje tan lleno de sensaciones y encuentros: «Tendrá Vd. que venir todos los años, Prof. Tamames, ahora que ya es Catedrático en nuestra Universidad»; ésas fueron las mejores palabras de despedida del Rector Chen Yulu.


Catedrático de Estructura Económica.Cátedra Jean Monnet