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Andalucía

La España postnacional

La Razón La Razón

Uno de los giros más vistosos que ha producido la Presidencia de Rodríguez Zapatero ha sido la recuperación de los símbolos nacionales, en particular en el vocabulario. LA RAZÓN comentaba ayer la normalización de la frase «Gobierno de España». Vale la pena reflexionar un poco sobre el éxito de la expresión, sobre todo porque no ocurre en ningún otro país. Hablamos del Gobierno de Francia o del Gobierno de Estados Unidos, por poner sólo dos ejemplos, porque nos referimos a ellos desde fuera. Desde dentro, a ningún ciudadano francés o norteamericano se le ocurriría hablar del «Gobierno de Francia» o del «Gobierno de Estados Unidos». En Francia es el gobierno, «tout court», y en Estados Unidos, como en Alemania, el Gobierno federal.

Hablar del «Gobierno de España» para referirnos a nuestro propio Gobierno supone que no nos identificamos del todo con la entidad llamada «España». Somos un poco (o un mucho) extraños al país sobre el que ejerce su autoridad ese Gobierno. De otro modo daríamos por supuesto que nuestro gobierno es el de España, sin necesidad de decirlo. Además, hablar de «Gobierno de España» supone una precisión. Hay otros gobiernos en España, el Gobierno de Cataluña, el Gobierno de Euskadi, el Gobierno de Galicia (y el gobierno de Andalucía, y el de Valencia, y el de Asturias, etc.). Al hablar de «Gobierno de España», se está dando por supuesto que éste tiene la misma entidad política que aquellos otros. El «Gobierno de España» queda equiparado al de cualquiera de estas Comunidades Autónomas, que una vez fueron nacionalidades y ahora son, o serán pronto, naciones. La expresión «Gobierno de España» es la traslación lingüística del principio de bilateralidad, inscrito en el Estatuto de Cataluña, no enmendado por la sentencia del Tribunal Constitucional y que a partir de ahora empezará a regir las relaciones entre los diversos gobiernos de las naciones españolas y el «Gobierno de España».

Comprendo que todo esto es un poco enrevesado, pero habrá que hacer un esfuerzo para entender nuestra nueva situación. Puede que España siga siendo, nominalmente, una nación, como afirma con demasiados adjetivos la Constitución (la de 1978). Ahora bien, la realidad nacional se ha desplazado a otras entidades políticas. ¿Qué nos une a todos? No nos une la historia, ni la cultura, ni la lengua. Nos une el «Gobierno de España», reducido a un significado abstracto. Españoles, lo que se dice españoles, no lo somos ya más que de esta forma, estrictamente política, o, mejor dicho, jurídica y administrativa. En resumidas cuentas, hemos dejado atrás la «nación española» y nos adentramos en el proceso de construcción de una España postnacional, como los socialistas, y en particular el círculo de Rodríguez Zapatero, venían promoviendo desde hace años. ¿Cuánto tiempo, y de qué modo, sobrevivirá una comunidad política cuyos miembros no se sienten identificados con los demás y sólo están unidos por una abstracción jurídico-administrativa? ¿Estaremos en trance de inventar lo nunca visto? Lo veremos en los próximos años. Es el experimento que acabamos de iniciar.