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Políticos y pollos

La Razón
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A veces alguien me pregunta por qué no escribo sobre asuntos políticos, por qué no abordo cuestiones de las que se consideran «de palpitante actualidad», y cuales son mis recursos emocionales para evadirme de los asuntos puntuales sin que se resienta mi conciencia periodística. La verdad es que nunca me he planteado un argumentario para defenderme de esas preguntas, sencillamente porque no creo necesario que alguien tenga que justificarse por eso. Y sobre todo, porque por lo general a la gente de la calle lo que le importa de la vida política no son sus mecanismos, sus palabras, tampoco sus trucos, sino sus consecuencias. Por eso cuando sus señorías exponen sus abstracciones económicas y generalizan sobre sesudos asuntos técnicos en los que la mitad del discurso son siglas, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que a mis vecinos lo que de verdad les preocupa es que tanta gramática al final sólo sirva para que cada vez que el Gobierno nos avisa de una mejora, casi al instante suba el precio del gas, pierda el Rayo o se encarezca el pollo. Lo hemos visto en los años de Zapatero con motivo de que todas sus buenas noticias han resultado al final más demoledoras que las que simplemente eran malas. ¿Y qué puede hacer el columnista frente a eso? Nada, absolutamente nada que no sea contribuir a la inflación retórica de los políticos profesionales, que son unos señores que se nos presentan a menudo como sacrificados ciudadanos que sirven a la causa pública con heroico y generoso desprecio de los sustanciales beneficios que obtendrían si empelasen el tiempo en el cultivo de sus actividades privadas. Uno levanta los ojos hacia Europa y se pregunta qué han hecho los belgas para merecer la inmensa suerte de que el país funcione como un reloj a pesar de los muchos meses que lleva sin gobierno. O se fascina con la facilidad con la que prospera Italia cuanto más fragmentario e ineficaz es su parlamento, tal vez gracias a que en su vejez histórica tienen aquellos ciudadanos la sabiduría que se requiere para elegir como jefe del gobierno a un señor que consigue el apoyo electoral de sus compatriotas gracias a la cordial generosidad con la que los insulta. A mi ese mundillo me importa poco y lo que me preocupa es lo carísimo que en España sale ahora ser pobre. La vida me ha enseñado que defenderse con la pluma de las cosas sucias de la política no es en absoluto más loable, ni más placentero, que hacerle frente a las cosas sórdidas de la vida con una sonrisa, una frase y un condón.