Cataluña
Barajar cartas por Ángela Vallvey
La I República española acabó siendo un esperpento cantonalista radical, aderezado de excesos revolucionarios y violentos entremeses anarquistas que sólo consiguió provocar en España un crudo resurgimiento de fuerzas involucionistas, las mismas que probablemente truncaron una marcha más saludable de nuestra historia y terminaron por conducir a la nación a una guerra civil. Y al largo «etcétera» que siguió a aquélla. Ferrater Mora –un sabio, integracionista, claro– decía en catalán: «No, nada de separatismo. Hemos vivido demasiadas centurias juntos; hemos participado en demasiadas empresas comunes –en demasiados desastres comunes también–, para que podamos jugar a volver a barajar cartas. (…) Los catalanes pueden, mejor dicho, deben intervenir en España siempre que, en vez de disminuir el propio ser, lo aumenten». Por su parte, Armando Cortesao, un juicioso cartógrafo e historiador portugués que formó parte de la curiosa «Comisión Pro Comunidad Ibérica», que nació en 1944 y de la que también fue miembro Carlos Pi y Sunyer (de Esquerra Republicana), decía en tiempos, según Salvador de Madariaga, que el gran mal de España, y de toda la Iberia, ha sido la desunión de sus diversos pueblos y los extremismos de odio y feroz intolerancia con que muchos de los partidos políticos o grupos ideológicos mantienen sus diferencias, que todo lo que tiende a contribuir a esa desunión o intolerancia debe ser inteligentemente, pero de una manera implacable, «rechazado por todos nosotros, los hombres progresivos y de buena voluntad», y que sería muy difícil llevar a los portugueses (hoy hablaría de «europeos») a tomar la decisión de aproximarse a los españoles cuando los propios españoles no se muestran capaces de ponerse de acuerdo entre ellos mismos… Cataluña y España, España y Cataluña necesitan recuperar cuanto antes una clarividencia afectiva que las cohesione. Y dejar de barajar cartas.
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