Actualidad
ANÁLISIS: Una primavera gélida por Jeff Jacoby
EN LA PRIMERA RONDA de las parlamentarias egipcias, la formación radical de la Hermandad Musulmana, el Partido de la Justicia y la Libertad, obtuvo el 36,6% de los votos –un amplio surtido– y la formación salafista todavía más fundamentalista Al-Nour obtuvo el 24,4%. El Bloque Egipcio –una coalición de partidos liberales, socialdemócratas y seculares– obtuvo apenas el 13,4%. Así que ya conocemos de primera mano «el espíritu de la Plaza de Tahrir» en lo que a las urnas respecta: en el país árabe más grande del mundo, las fuerzas de la ley islámica y la yihad logran una victoria arrolladora.
El credo de la Hermandad Musulmana es antiliberal y teocrático explícitamente: «Alá es nuestro objetivo. El Profeta, nuestro líder. El Corán, nuestra ley. La Yihad, nuestro camino. Morir por Alá, nuestro mayor anhelo». Abdel Moneim el-Shahat, el jeque salafista y secretario del Partido Nour, exige una sociedad en la que «la ley islámica sea obligatoria», un Egipto, explicó durante los debates electorales, con «una ciudadanía limitada por la ley islámica, una libertad limitada por la ley islámica, una igualdad limitada por la ley islámica».
Es triste decir que éstos son los frutos fundamentalistas de la Primavera Árabe. El apogeo islamista –en Túnez, Marruecos y Egipto este año al igual que en Gaza y Turquía (no árabe) anteriormente– es un mal augurio para los musulmanes tolerantes y moderados de la región. Tratando de mantener el optimismo en esta tesitura, el editor del beirutí «Daily Star» exhorta al mundo a «celebrar el momento árabe democrático» y anuncia el compromiso de las sociedades árabes con el aperturismo democrático y el pluralismo «que ya se ve asentado firmemente». De hecho, dice, «nunca estuvo en tela de juicio, menos quizá en la mente de los colonialistas impenitentes y los racistas». Los liberales anti-islamistas que están siendo borrados del mapa electoral egipcio pueden tener una versión diferente de los hechos.
Diezmados por la brutalidad
Todavía más tristes son las perspectivas de los cristianos del mundo árabe, que vienen sufriendo, no la germinación de la tolerancia, sino un invierno cada vez más crudo de sufrimiento y persecución. Desde la caída del presidente Hosni Mubarak, la minoría copta de Egipto ha sido repetidamente acosada –iglesias destruidas, casas saqueadas y multitudes yihadistas que han asolado barrios cristianos–. En octubre, tropas egipcias destacadas en el barrio Maspero de El Cairo masacraron a los cristianos cuando se manifestaban contra la quema de iglesias en la región fluvial de Egipto. Antes incluso del pogromo de Maspero, decenas de miles de cristianos venían huyendo del Egipto post-Mubarak. No hay que ser un «colonialista impenitente» ni un «racista» para temer que lo peor esté por venir. Egipto no es el único país árabe cuya minoría cristiana está siendo diezmada por la brutalidad islamista.
Desde la caída de Sadam Husein en 2003, «The Wall Street Journal» destacaba el lunes, «al menos 54 iglesias iraquíes han sido objeto de atentados y 905 cristianos han perdido la vida en diversos actos de violencia… cientos de miles de cristianos iraquíes se han marchado». El arzobispo de la Iglesia Caldea Católica de Kirkuk y Sulimaniya llama a la emigración «una hemorragia», advirtiendo de que «Irak puede vaciarse de cristianos». En Siria, mientras tanto, las minorías católica y ortodoxa están aterrorizadas ante lo que les espera si el régimen actual es derrocado. Según la publicación alemana «Der Spiegel», el arzobispo del país fue convocado al palacio presidencial poco después de iniciarse el levantamiento contra Bachar al Aasad, y advertido de forma cruda: «O me apoyas, o tus iglesias arderán».
El tormento de las minorías no musulmanas de Oriente Próximo es un fenómeno que no tiene nada de nuevo –la práctica totalidad de los judíos del mundo árabe fueron expulsados hace mucho– pero la aparición del islam radical ha agravado de forma mortal el problema. El mes pasado, Christian Solidarity International, una organización de derechos humanos respetada y con importante experiencia en la región, advertía de que los cristianos podrían estar enfrentándose a un genocidio. «La crisis de la supervivencia de las minorías no musulmanas es especialmente acusada en Irak, Siria, Egipto, Sudán, Irán y Pakistán», escribía el responsable del colectivo John Eibner en un escrito remitido al presidente Obama, suplicándole que actúe con urgencia para impedir la clase de «limpieza religiosa» que exterminó a «las minorías cristianas de Turquía prósperas en tiempos» hace un siglo.
Hace falta más que un proceso electoral para sostener los valores democráticos decentes. Los totalitarios, de Hitler a Hamas, han llegado al poder a través de las urnas. Revueltas y manifestaciones pueden derrocar a los dictadores árabes, y sus relevos pueden salir elegidos en procesos electorales. Pero no hay Primavera Árabe digna del nombre sin pluralismo, libertad y tolerancia.
«Esa tolerancia es particularmente importante cuando hablamos de religión», se pronunciaba Obama el pasado mayo, tan importante que América la va a defender «con todas las herramientas económicas, diplomáticas y estratégicas a nuestra disposición». Estupendas palabras. Pero con los islamistas saltándoselas a la torera y con los activistas de derechos humanos advirtiendo de genocidios, los acosados cristianos de Oriente Próximo necesitan más que palabras.
Jeff Jacoby
«The New York Times»
✕
Accede a tu cuenta para comentar