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OPINIÓN: Una mujer frente al crimen

La Razón
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Hoy, que el género de la novela negra está en auge, Giménez Bartlett continúa teniendo un puesto de honor entre las preferencias del público. En algún momento dado de los años noventa, esta autora nacida en Almansa en 1951 y doctorada en Literatura por la Universidad de Barcelona quiso paliar un evidente vacío en las obras de misterio y crímenes: la ausencia de un protagonista femenino. En sus propias palabras, en este tipo de narrativa la mujer aparecía siempre como la víctima, la «muerta en la primera página» o «la ayudante de alguien». Fue de este modo que concibió su personaje de Petra Delicado, inspectora de policía que hizo su debut en «Ritos de muerte» (1996) con un caso de violación detrás del cual había un psicópata que dejaba su huella personal mediante una marca en forma de flor en el brazo de la agredida.

Desde entonces, ella y su colega, el subinspector Fermín Garzón, han pululado por siete novelas más –la última, «El silencio de los claustros» (2009), publicada en Destino, sobre el asesinato de un fraile en un monasterio– y hasta han dado el salto a la televisión en una serie de trece episodios rodada en 1999 y protagonizada por Ana Belén y Santiago Segura. El esquema de los relatos de esta pareja no solamente es el prototípico del género, o sea, la aparición de un cadáver –como en «Serpientes en el paraíso» (2002)– y su subsiguiente investigación, sino que Giménez Bartlett procura dar una vuelta de tuerca a sus tramas, caso de «Mensajeros de la oscuridad» (1999), donde los inspectores reciben cartas con un contenido asombroso: penes amputados.

Aparte de su mirada sobre la realidad criminal, la autora, que ha obtenido un gran éxito en Francia, Italia y Alemania gracias a Petra Delicado, ha escrito ocho novelas más, pero de corte intimista; la primera fue «Exit» (1984), a la que dedicó palabras afectuosas Gonzalo Torrente Ballester (sobre el que ella hizo su tesis doctoral). Luego vinieron historias como «Vida sentimental de un camionero», que recrea la sórdida existencia de hombres cuyo día a día es la carretera, los bares y los locales de alterne; «La última copa del verano» (1995), donde ahondaba en la amistad entre dos parejas y en la comunicación que se convertía en realidad en incomunicación entre los que creen que se conocen; o «Secreta Penélope» (2003), acerca de una mujer arrolladora que entraba en conflicto con su entorno más cercano, situación que ofrecía también una radiografía de cierta generación de españoles.

Pero quizá su creación más profundamente literaria, en el fondo y la forma, sea «Una habitación ajena» (Premio Femenino Lumen 1997), que reconstruye la vida de Virginia Woolf parafraseando el título de uno de sus libros y retomando su célebre frase que tanto explotó la crítica literaria feminista («Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas»). Se trata de un ejercicio sobre cómo pudo ser su relación con la criada y cocinera que habitó el hogar londinense de la escritora y de su marido Leonard Woolf durante veinte años. En definitiva, lo que preocupa a Giménez Bartlett es la vinculación interpersonal, ya sea con la excusa de un asesinato o el amor matrimonial, pues, como insinuó en su ensayo «El misterio de los sexos» (2000), la vida parece un relato de suspense.