Bilbao

Fue Morante o lo soñamos

Bilbao. Cuarta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados. Extraordinarios, 4º y 5º. Encastado y bravo, el 2º. Malo, el 6º; manejable, el 1º; el 3º, con movilidad. Dos tercios de entrada. Morante de la Puebla, de verde hoja y oro, estocada (saludos); aviso, estocada (dos orejas). José María Manzanares, de azul y oro, pinchazo, estocada (saludos); estocada (oreja). David Mora, de rosa y oro, pinchazo, pinchazo hondo, aviso, dos descabellos (saludos); media estocada (saludos). 

El sevillano sale a hombros del coso de Vista Alegre
El sevillano sale a hombros del coso de Vista Alegrelarazon

Morante llevaba toda su vida «soñando con esta tarde». Y nosotros con tener la bendición de no perdérnosla en la vorágine de agosto. A la hora y en el sitio para agotar al corazón de emociones. Las hubo a borbotones todo el festejo. Qué gran tarde de toros, porque la de Núñez de Cuvillo fue antológica: cinco de seis. Con tantos matices, con tanta movilidad, con tanto que torear. La Fiesta en su estado más auténtico, más vivo y mágico. Al cuarto lo quisieron echar para atrás. Bien por Matías, el presidente, que lo mantuvo en el ruedo a pesar de que estaba andarín y abanto de salida. Cuando Morante comenzó la labor por personalísimos doblones hasta le increparon. ¿Qué pasaba aquí? El toro que lo había caminado todo, que tomó tres puyazos y sustanciosos lances, descolgó ese privilegio de cuello que hacía seguir el engaño sin levantar la vista de la arena. Una y otra vez, motor inagotable de bravura. Presto al cite, al maravilloso encuentro del que fue naciendo un toreo roto, embraguetado, tomando de perfil la largura interminable que tenía el toro. Lo hizo poco a poco, convenciéndose Morante, deleitándonos al público de Vista Alegre. La negra arena y el gris cielo era el contrapunto perfecto a la brutalidad de las pasiones: y como colofón, un remate que se clava en la diana de la memoria: una trinchera, un cambio de mano. Incrustado en el alma, nos recreamos en el toreo sin aliento del sevillano. Enajenado de sí mismo, del puro arte que se destruye al instante. Histórica tarde, inolvidable para Núñez del Cuvillo. Hallado el destino, cosió Morante a los vuelos de la muleta la embestida, por la barriga se lo pasaba para rematar más allá de la cadera, a la media vuelta. Y su misterio, su torería lo impregnaba todo. Después del recital que dio por el derecho, se tomó su tiempo para sacar los naturales que llevaba el toro. Y lo logró, vaciándose, algunos larguísimos, templados. Perdida la noción del tiempo, hundidos hasta el cuello en la faena, sonó un aviso pero todo se nos iba corto. Siguió Morante, ayudados por alto, tan suyos, barrocos, agotados, y acabó por abajo. Un cambio de mano que vale una feria. Y ya, en el compás de espera, perfilado en la suerte suprema, el desenlace. La apoteosis. Metió el acero y como escultura pletórica esperó Morante con el brazo levantado, sabiéndose dueño de su triunfo, hasta que cayó el toro. Rodado. Qué gran toro. Las dos orejas para Morante y para mí faltó la vuelta al ruedo al de Cuvillo: tanta entrega tiene que tener su recompensa.

Núñez del Cuvillo lidió ayer una corrida rotunda. Manejable aunque con menos gas el que abrió plaza; con carbón y muchísimo que torear el segundo que se entregaba por abajo exigiendo una barbaridad. Tuvo movilidad el tercero a pesar de que le faltaba entrega al final del viaje; grandioso el cuarto, y bravo y bueno el quinto con una calidad extrema por el pitón izquierdo. Veneno tuvo el sexto. Tanto no podía ser.

David Mora sobrecogió en los quites: por chicuelinas y por gaoneras después de las de asustar al miedo. Con el sexto que llevaba en la punta de los pitones el drama estuvo valentísimo. Tanto que nos abocó a un eterno nudo en el estómago y en una de esas resultó herido. No se podía estar más de verdad. Cuajó al tercero con tandas preciosas hasta que el toro, que le faltaba un tranco de entrega, se fue apagando.

Manzanares cortó una oreja del quinto. La sublime calidad del toro mereció la rotundidad que no llegamos a encontrar. Su segundo, con motor para desbordar a cualquiera, llevaba dentro una faena de las que son imborrables. Fuego en la embestida que se desbordaba al ir humillado, pero la cosa no fue. A su aire el toro, se nos evaporaba la mística ilusión del toreo.

Qué gran tarde Morante. Qué gran tarde, ganadero.