San Sebastián
Mejor sola que
Hoy, sábado 14 de agosto, víspera del día grande de la Virgen, en el atardecielo, se juntarán en la nave de la iglesia de Santa María, junto al muelle de pescadores, miles de donostiarras para oir la Salve que entonará el Orfeón Donostiarra a la Virgen. Es una composición prodigiosa, pero con un defecto de origen de suma gravedad para el alcalde bilduetarra de San Sebastián. Su promotora fue la Reina María Cristina, la Regente, madre de Alfonso XIII y bisabuela del Rey. Le encomendó su creación al maestro Réfice, que era italiano. Se canta en latín y culminada su interpretación el Orfeón Donostiarra y el pueblo llano se unen para entonar el «Agur Jesusen Ama», que está arraigado en el alma de todos los vascos. Oficiará la Salve el Obispo de San Sebastián, y este año se hacen apuestas –los vascos son muy aficionados a ello–, a si irá el alcalde o no. De un lado, es un acto institucional, y del otro, una culta y prodigiosa celebración religiosa impregnada de una emoción especial.
Porque si el alcalde Bilduetarra ha retirado el retrato del Rey del salón de Plenos del Ayuntamiento –ante la pasmosa y vergonzosa inacción de la Delegación del Gobierno–, no creo que se sienta obligado a asistir a la Salve tradicional de la víspera del Día Grande, el capricho de una Reina viuda que cometió otra tropelía contra la capital de Guipúzcoa. Construir sobre el prado del Pico del Loro, rocas que separan las playas de la Concha y Ondarreta, el Palacio Real de Miramar. Que me pregunto yo, y aún no me he respondido, que si este alcalde siente tamaña aversión por todo aquello que recuerde el paso, larguísimo y fructífero paso, de la Familia Real por San Sebastián, por qué aún no se ha planteado derribar el Palacio de Miramar, cuyo estilo es más centroeuropeo que vasco, más invasor que autóctono. Podría hacerlo y construir en su inigualable solar un complejo cultural «abertzale» digno de la época que transcurre por la incultura de los jóvenes vascos, y que haría bien en bautizarlo –con perdón–, con el nombre de «Josu Ternera» o «Iñaki De Juana Chaos», guipuzcoanos ilustres.
No me veo al alcalde bilduetarra compartiendo la armonía de la Salve a la Virgen en Santa María del Coro. La bronca de Martín Garitano sería de órdago. Finalizada la Salve, los componentes del Orfeón se asoman a la mar desde la falda del monte Urgull, y cantan el «Festara» –La fiesta–, a los marinos y pescadores vascos que partieron y no volvieron nunca. Se trata de la mejor manera de honrar sus memorias y alentar a sus ánimos a unirse a la alegría. Una petición a la Virgen para que les permita volver a puerto y admirar desde el primer andamio del cielo la belleza de su ciudad en fiestas. Tampoco me figuro al alcalde bilduetarra en esas lides tan sensibleras y antiguas.
Y el resumen de todo ello es que me parece bien que el alcalde Izaguirre no acuda a la Salve en representación de los donostiarras. Los que lo han votado, no han ido a la Salve jamás, y los que no lo han hecho sentirían una aguda repulsión si vieran al alcalde de Bildu a los pies de la Virgen. No hay que lamentar su ausencia, sino festejarla con alegría. La Virgen, mejor sola que mal acompañada. Con un alcalde así, el Orfeón Donostiarra sería capaz hasta de desafinar, lo que no ha hecho en su más que centenaria existencia. Para mí, todo aquello son nubes pasadas. Maravillosas, inalcanzables y perdidas nubes para siempre. En la Salve celebrabámos mi padre y otros nueve hermanos el día de nuestra madre. Lo sigo haciendo en Ruiloba. La Misa grande de Nuestra Señora en la que cantamos lo que más le gusta. «La Estrella de los Mares». En mi caso, la nostalgia es emoción, pero no un error. El día guapo.
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