Congreso Extraordinario del PSOE
El Gobierno de Rubalcaba
Según propia confesión, el presidente Zapatero decidió el pasado domingo por la tarde realizar una remodelación profunda de su Gobierno a pesar de que ese mismo día por la mañana había asegurado lo contrario en un mitin del partido en Ponferrada. ¿Qué le llevó a este radical cambio de opinión? Seguramente la insistencia del núcleo duro del PSOE, encarnado por Rubalcaba y Blanco, en que para afrontar la última parte de la Legislatura se necesitaba un Gobierno casi de nueva planta, porque con el equipo actual el PSOE perdería irremisiblemente las próximas elecciones municipales y generales. El mismo Zapatero ha justificado los cambios diciendo que su objetivo es culminar la nueva política de austeridad y explicarla bien a los ciudadanos. La argumentación, sin embargo, no satisface plenamente ni explica todas las claves que subyacen a la remodelación, empezando por el papel estelar que se ha reservado al veterano socialista y ministro del Interior, Pérez Rubalcaba. Su entronización como número dos y como portavoz le convierte en el auténtico factótum del Gobierno, de modo que bien podría afirmarse que el nuevo gabinete es más de Rubalcaba que de Zapatero. De hecho, el nuevo vicepresidente culmina así su proyecto, que inició en 2004, de colocar en el Consejo de Ministros a sus fieles y aliados. El paso dado ayer le permite controlar estrechamente la áreas vitales del Ejecutivo. Si este protagonismo sobrevenido equivale a una designación sucesoria ya se verá. Pese a interpretaciones apresuradas, sería osado dar por amortizado al actual presidente y creer que dará un paso a un lado para extenderle la alfombra roja a la estrella ascendente. Por el contrario, los próximos meses serán testigos de un singular duelo entre ambos especialistas de la maniobra política para controlar todos los resortes del poder. Por lo demás, llama poderosamente la atención que, tras pilotar el PSOE durante una década y llevarlo al mejor destino posible arrumbando el felipismo, Zapatero se haya rodeado para terminar la Legislatura de varios pesos pesados de aquella época, de modo que de los tres vicepresidentes, dos fueron ministros de González, y el tercero, ocupó diversos altos cargos con él. Al triunvirato hay que añadir obligadamente a Ramón Jáuregui, el hábil director de campaña electoral que en 1993 llevó el PSOE al triunfo pese a los augurios de las encuestas. Que se especule con su papel de portavoz oficioso pone de relieve su protagonismo. ¿Pretende Zapatero recomponer aquél equipo para que reedite la pírrica victoria? Es presumible y razonable. En todo caso, se diría que se le han agotado los ímpetus de renovación del partido y que ha decidido archivar su peculiar estilo de gobernar para volver a los agónicos años 90. Así lo sugiere que haya sacrificado con aparente frialdad a dos de sus grandes apuestas: los ministerios de Igualdad, personalizado en la ministra Aído, y de la Vivienda, desempeñado por Corredor. Razón le ha sobrado a Mariano Rajoy cuantas veces ha pedido en el Congreso su supresión, no sólo por tratarse de brindis al sol de la izquierda, sino porque en época de recortes representaban un dispendio injustificable. Al menos en este punto, Zapatero ha acertado.
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