Crisis económica
Las cajas
Cuando un sistema se descompone poco a poco, le es posible reaccionar, improvisar recambios y mantener la máquina en un nivel de rendimiento óptimo. Pero cuando todos los elementos del engranaje fallan al mismo tiempo, la pregunta es: y ahora ¿qué? La cultura, en España, ha descansado durante todo el periodo democrático en dos pilares: las administraciones públicas y las fundaciones y obras sociales de las entidades financieras. En ambos casos, las inversiones en cultura se realizaban en pos del cumplimiento de un «deber público».
Hasta aquí, todo correcto. El problema es que el interés de una entidad financiera en un ámbito determinado de la sociedad no puede sostenerse en una cierta «sensibilidad social», ya que, en un terreno en el que la cuenta de resultados es la que manda, la «sensibilidad» se convierte en un valor frágil. De hecho, en el actual trance de crisis financiera, aquello que primeramente han excluido las entidades de ahorros ha sido la cultura, lo que ha tenido un efecto traumático en el tejido social e institucional de las comunidades autónomas, en las que la labor de las cajas de ahorros había alcanzado un grado de infiltración quizá exagerado. Tanto es así que, en algunos casos, se podría decir que las obras sociales han funcionado como auténticas consejerías de cultura, diseñando políticas culturales en paralelo.
La cuestión, por lo tanto, no es baladí: las entidades financieras han desarrollado una estrategia de máximos que, súbitamente, se ha venido abajo. Reiteradamente se habla de la incapacidad de las administraciones para seguir soportando este peso, pero no se ha de olvidar que el crack es doble, puesto que la red de necesidades generada por las obras sociales es semejante en su tamaño al de las administraciones públicas.
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