Ministerio de Justicia
Burla suprema
En su inesperado garbeo por la memoria histórica, González ha hecho pandilla con Baltasar Garzón, fina ironía del destino en que convergen los caminos trazados por el ego. La doctrina que ambos manejan se resume en esta idea: el Supremo y una parte de la Prensa vienen a ser la misma mierda. Felipe, muy a posteriori, sostiene que la falta de garantías y el desprecio por las pruebas condujeron a la condena injusta de Galindo y Barrionuevo (él trató de hacer justicia, pero ni a él se lo permitieron, ¡qué desvergüenza!). Garzón, por adelantado, declara estar «sufriendo» (atención al verbo) un proceso judicial que ya lo tiene condenado sin atender a razones ni argumentos. Ambos se agarran al falso dilema entre lo legal y lo legítimo, el uno porque la guerra sucia sirve para salvar vidas de potenciales víctimas del terrorismo y el otro, porque la interpretación elástica de la ley sirve para salvar la angustia de las víctimas del franquismo. Visto así, el Supremo es una fábrica de injusticias que condena, por ilegal, lo que es bueno, deseable y justo. El juez Baltasar Garzón cumple seis meses de apartamiento voluntario de la Audiencia Nacional sin que se hayan abierto las puertas del infierno que anunciaron Villarejo, Méndez y Toxo. El prestigio del Estado español, que iba a resquebrajarse a los ojos del mundo entero, sigue siendo el que era, ni más ni menos; del papel relevantísimo que iba a tener el juez como asesor del Tribunal de La Haya nadie ha dicho una palabra en el último medio año. Este lunes dijo el juez, en su enésimo homenaje, que el tribunal que lo va a juzgar no es neutral y retrasa interesadamente la causa. Otros procesados lo dijeron antes que él, no del Supremo, sino de él mismo. Garzón tuvo que escuchar a «sus» procesados acusarle de parcial, obsesivo, injusto; a él le reclamaron que la instrucción fuera más rápida y que no durmieran los sumarios el oportuno sueño de los injustos. El gobierno de González fue el más insistente en esas críticas, bien lo sabe Rubalcaba, hoy portavoz de la nada. Cuando el Supremo entrulló a Barrionuevo y Vera por la detención, digo secuestro, de Segundo Marey, Baltasar Garzón se sintió reconfortado: era palabra de Dios; el más alto tribunal bendecía su instrucción de la causa, proclamaba la primacía de la ley y desterraba falsos dilemas sobre la legitimidad de los fines y el relativismo de los medios. Ahora que el procesado es él, Garzón emula a Felipe, en vidas paralelas: este Supremo es una filfa que machaca inocentes ignorando las pruebas. Fue triste ver a Montilla, embelesado, haciéndole los coros: «Baltasar», le dijo, «eres víctima de aquello que siempre has perseguido». Si Montilla prueba a mirarse en el espejo podrá aplicarse esa misma reflexión: «Eres víctima de lo que siempre perseguiste, el ejercicio del poder te ha condenado». Si éstos son los preclaros estadistas, qué no serán los oportunistas de bajo vuelo.
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