Irak

Barbarie islamista

La Razón
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En Nigeria no hay combates, ni choques ni enfrentamientos entre los más bárbaros defensores de Mahoma y los más indefensos cristianos. Simplemente, los primeros matan y los segundos mueren. Los primeros han abierto una carrera loca de atentados suicidas y detonaciones de severísimas cargas explosivas, y los segundos padecen su locura ante la impotencia de unas autoridades aturdidas y desbordadas.

De forma endiablada, y en los dos últimos años, un país que todavía tiene en su memoria los fantasmas de la guerra civil ha padecido la emergencia de un escenario perfecto de persecución religiosa y de linchamiento. Contra los que también por ejercer su fe en libertad son acribillados en Siria o en Egipto o en Irak. En realidad, en más del 90% de los estados del mundo árabe y musulmán, incluyendo buena parte del África negra.

Es un hecho constatado que los bárbaros encuadrados en la secta Boko Haram, cuyas conexiones con yihadistas de Al Qaeda en el Magreb islámico están por dilucidar, se han propuesto convertir en un infierno la vida de los seguidores del camino de Cristo. Ya han asesinado a más de un millar recurriendo a los métodos más abominables, ya han reducido a escombros más de medio centenar de iglesias y ya han llevado a la tumba a más de una decena de sacerdotes.

Nigeria no se dirime la partición de una cuestionable nación entre el norte y el sur, como anticipa una escuela de analistas empachada de progresismo y de internacionalismo pero carente de claridad moral. Es algo mucho más simple, profundo y humano. Es proteger la más elemental libertad religiosa de los de casi siempre ante los atropellos y las violaciones más despiadadas de los de casi siempre.