Murcia
OPINIÓN: Arturo
Arturo (Arturo Pérez), pintor, ceramista, grabador, artista en suma, para más señas hijo del gran pintor ya desaparecido Aurelio, recorre un curioso camino (de manera real, pero también simbólica y mítica, como son siempre los caminos y los verdaderos viajes) que va por la vía del Guadalentín, de Librilla a sotana. En medio, Alhama, su pueblo. Y en esa andanza se sitúa una curiosa búsqueda que lo lleva a lo que él llama, con ironía, «arte menor», la cerámica, (esa ruta es tierra de viejos alfareros) y al espíritu «derramado» de al-Andalus, sin renunciar, a un tiempo, (y se notan esas referencias en ciertas mística geométrica) a su reconocida admiración por el que fue uno de los padres del Futurismo, el italiano Carlo Carrà, el gallego y galleguista Luis Seoane, o el movimiento «Cobra», algunos de cuyos fundadores inspirarían luego el movimiento situacionista, que a su vez llevaría al mayo del 68 francés y, en cierto modo, a nuestro 15-M. Arturo, al que sigo desde que era muy jovencito (sigue siendo joven) ha forjado en su obra una trayectoria diferente, casi solitaria, al margen de modas y del «clan de entendidos con mente servil», al que se refiere con cierto desdén. Su obra es coherente con sus referencias y querencias, entre las que sin duda se encuentra su propio padre, como es natural. Aunque no se considera, por formación académica, ni ceramista ni grabador, estos días expone en la galería Chys de Murcia una muy recomendable muestra de cerámicas, y en enero estará en el Archivo Regional con una exposición de grabados repletos de una compleja lectura alternativa de la historia antigua. Radicalmente autodidacta es quizás hora de reconocerlo como un artista distinto y original en su aparente (sólo aparente) clasicidad.
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