Estocolmo

Señores el balón

La Razón
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Prospecto de la columna: se señala por mundana y terca la división de Sancho Panza: «Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una ‘agüela' mía, que son el tener y el no tener».
Según sus detractores, la moderna concesión de títulos nobiliarios es un servicio público para poner vitola a la vanidad. El hecho, en cambio, esconde algo más complejo que la fotografía de un Rey que, a media tarde, en su oficina de trámites estatales, estampilla prestigios. Vargas Llosa, con su hinchazón de ego, casa con la reciente distinción borbónica igual que su porte con el frac. El frac no tuvo que alquilarlo cuando lo de Estocolmo, porque es su mono de trabajo –«el traje de rigor», dice don Mario– cuando va a la RAE. Eso respecto al frac; respecto al título nobiliario, ya le latía en el ademán, como si Lampedusa escribiera El Gatopardo y luego le cayera el ducado de Palma y no al revés. Entonces, ¿qué decir del marqués de Del Bosque, quien por modestia se tiene prohibido celebrar los goles incluso cuando son en propia puerta? Su mono de trabajo, su uniforme, es un chándal, no un frac. Con su marquesado se premia a aquel que ha recorrido el mundo para traer lo que realmente nos importa. Colón nos trajo América en tres carabelas, oro, tabaco, patatas y chocolate. Para empezar el siglo, Del Bosque nos ha traído la gloria vana de los hombres, que vamos cambiando de sitio y hoy se encuentra, mayormente, en El Dorado de un estadio de fútbol.