Niza

Cruceros

 
 larazon

Predomina en la elegancia una norma insalvable. Si no se cumple, se cae inmediatamente en la vulgaridad. De invertir una parte de las vacaciones en un crucero, nunca hay que abandonar el barco. Recuérdese la sinceridad del exiliado Gran Duque Teodoroff Goldoruky cuando, después de un prolongado crucero por el Nilo, se le requirió su opinión acerca del lugar visitado que más le había fascinado. «Sin duda alguna, el bar de primera clase». El Gran Duque interpretó a la perfección el atractivo de un crucero. Se navega, se llega a diferentes puertos, se evapora la masa de los turistas que desembarcan a velocidad de vértigo para ocupar incómodos asientos de autobuses, y mientras la masa visita un templo, una pirámide, una esfinge o simplemente se pierde en un asqueroso mercado abundado de trincones, el hombre con sensibilidad y elegancia natural permanece en el barco haciendo exactamente lo que se hace en un barco cuando uno no es el capitán, el jefe de máquinas, el comodoro o uno de los marineros: nada de nada. Bueno, mejor escrito: algo de algo, que en ocasiones es algo de mucho o mucho de una barbaridad, que consiste en estabilizarse en la barra del bar de primera clase,
conversar tranquilamente con el «barman» preferido, comentar el muy reducido interés que ofrece Egipto y reír mientas se cuentan chistes de cocodrilos. Esa dulce soledad del barco atracado, esa impresión de poder que un gran «Ferry» o trasatlántico concede a quien no desembarca en un puerto absurdo, ilumina la biografía del hombre digno.

Crucero por el Mediterráneo. El programa no puede ser menos atractivo. Se incluye, durante la escala en Niza, trayecto en autobús a Mónaco y almuerzo en el Hotel de París. Todo el mundo desembarca en Niza para visitar Montecarlo. El Gran Duque Teodoroff Goldoruky consideró una ofensa la pregunta de un despistado. ¿Nos acompañará a Montecarlo?: «Bajo ningún concepto, hortera amigo mío. Mi padre se escapó por los pelos de nuestra Gran Rusia. Era primo del Zar. Montecarlo es más pequeño que el jardín que tenía mi padre para sus perros en Podvorie, cerca del Palacio de Verano, en "Tsarkoie Seló". Y ese príncipe ridículo me toca los "katapliesh"(huevos en ruso de Corte). Así que vaya usted y le acompaño en el sentimiento».

El barco se vació de turistas embarcados, y el Gran Duque Teodoroff ingresó en el bar, se tomó unos cuantos escoceses con su «barman» favorito y rieron con ganas cuando se contaban chistes de los Grimaldi. –«¿A qué no sabe Su Alteza como llaman a los guardaespaldas de la princesa Estefanía?» –«No, mi buen amigo». –«Guardatetas». Y el gran Duque que rompe en una medida carcajada («aj, aj, aj», en lugar del vulgar «ja,ja,ja») pide otro whisky y agradece al cielo la soledad del maravilloso bar.