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Gutiérrez realiza una «escritura de subidón» sobre el mal cotidiano
«Un buen chico»Javier GuitiérrezMondadori139 páginas, 15,90 euros.
MURCIA- Confieso que no había leído nada de Javier Gutiérrez (Madrid, 1974). Llegué a este libro por pura casualidad. Lo abrí en la mesa de novedades, leí el primer párrafo y me tuve que ir a casa a leerlo de un tirón. En apenas 139 páginas, Gutiérrez, a través de una escritura en segunda persona que emula el ritmo incesante y continuo del pensamiento, consigue una intensidad en la experiencia lectora que reverbera mucho más allá de la finalización del libro.
La novela parte del encuentro casual entre Polo y Blanca, que desencadena los recuerdos de la juventud perdida y trae a la memoria algunos episodios trágicos que parecían borrados. El trauma, lo no asumido, lo supuestamente tachado de la memoria, retorna para romper un presente artificial, montado sobre la forclusión del pasado. Es un trauma personal, el de Polo, pero también es el trauma de toda una generación. La generación de los que hoy están en sus treinta y vivieron su juventud en la década de los noventa, rodeados de las drogas de diseño y en una atmósfera de relativa «comodidad» que ponía, casi literalmente, el mundo a sus pies.
Uno de los temas centrales del libro es la música. Es lo único que sirve de equilibrio o centro en un mundo trastornado, lleno de saltos, discontinuidades y retornos. Los cinco capítulos en los que se divide el libro son los cinco CDs que uno se llevaría a una isla desierta y sobre los que también se discute en la trama. La música está ahí, como contenido, como ruido de fondo en todo momento, pero también en la propia escritura. Una escritura que genera saltos, vueltas y retornos, y que uno lee como si estuviera escuchando un disco de rock, una escritura de trance, musical, pero no en el sentido de «armoniosa» y cadenciosa, sino en un sentido diferente: móvil, terrible, hipnótica, como una especie de mantra que uno no puede dejar de escuchar.
Pero, sin duda, el tema central del libro es la violencia desculpabilizada. Una interrogación sobre la cotidianidad del mal, un examen de la violencia que está en cualquiera de nosotros, incluso en los buenos chicos. Buenos chicos que ya no tienen unos condicionantes para ser como son, sino que toman la violencia como una opción a su disposición, como sucede, por ejemplo, con los chicos de Funny Games, la película de Haneke. Una violencia desculpabilizada vista con una crudeza más allá de cualquier posición moral o ética. Y una violencia que también acaba produciéndose en el lenguaje, en la propia estructura narrativa, que es trastornada, retorcida, punzada, estirada, aniquilada para que al final uno acabe totalmente exhausto y alterado, con la respiración entrecortada y la adrenalina por las nubes. Un subidón literario.
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