Estados Unidos
General presidenciable por César Vidal
El suyo fue un enfrentamiento épico que se venía dilatando durante años. David H. Petraeus no era Eisenhower ni MacArthur, pero, con seguridad, era lo más parecido actualmente en el «mercado» militar norteamericano. Durante la presidencia de George W. Bush, el general Petraeus había tenido un éxito notable – aunque inferior al contado por la propaganda– a la hora de resucitar a unas fuerzas militares iraquíes destrozadas tras la segunda guerra de Irak. En el año 2010, elpresidente Barack Obama destituyó al general Stanley H.McChrystal por unas declaraciones ante un periodista que cuestionaban la manera en que se estaba dirigiendo la guerra de Afganistán y buscó como sustituto a Petraeus. Las diferencias surgieron desde el primer momento.
Obama deseaba, fundamentalmente, saber cuando podría retirar las tropas de una guerra que contribuía en no escasa medida al billón de dólares de aumento del déficit anual que padece Estados Unidos. Petraeus, por el contrario, sólo insistía en un incremento de efectivos y no dudó en contradecir frontalmente a la Casa Blanca cuando lo consideró oportuno dando pasos que algunos interpretaron incluso como una desobediencia clara a las órdenes presidenciales. Obama aceptó el aumento de tropas, pero, al fin y a la postre, Afganistán no era Irak y nadie se atrevió a describir como un éxito lo que no pasaba de ser un resultado mediocre. El año pasado, el presidente logró convencer al general Petraeus para que abandonara el mando militar tras 37 años en el Ejército. Lo hacía con una delicadeza más cercana al Lincoln que se desembarazó de McClellan que al Truman que despidió a MacArthur. De hecho, incluso entregó al general la dirección de la CIA que quedaba vacante al pasar Panetta a ocuparse del departamento de defensa. Hubo quien dijo que se trataba de una hábil jugada del presidente demócrata para evitar que David Petraeus accediera a los cantos de sirena que le insistían en que se presentara a las primarias del Partido Republicano. Sea como sea, tras la derrota de Romney y el revuelo entre los republicanos – un revuelo en el que no han dejado de sucederse las voces pidiendo que el próximo candidato sea un general que haya vencido en una guerra– la Casa Blanca se ha deshecho del molesto Petraeus.Tras numerosos rumores a primeras horas del día acabó publicándose una comunicación en la que el ex general anunciaba su salida del cargo.
Obama no tardó en emitir un comunicado en el que alababa el «extraordinario servicio» rendido por Petraeus y señalaba que Michael J. Morell, el vicepresidente de la CIA, se hacía cargo de la institución. El recién reelegido presidente indicaba que sus pensamientos y sus oraciones estaban con Petraeus y su esposa, pero no daba más detalles sobre las razones de la decisión. A esas alturas, nadie sabía los motivos hasta que, finalmente, ha sido el propio Petraeus el que ha dado la versión oficial señalando que la dimisión se debía a que, tras treinta y siete años de matrimonio había mostrado un «juicio extremadamente pobre al enredarse en un asunto extramarital». El antiguo general indicaba además que «tal comportamiento es inaceptable, tanto como esposo como en calidad de dirigente de una organización como la nuestra» y concluía finalmente que la tarde del viernes, el presidente había aceptado la dimisión.
A estas horas, sin embargo, las preguntas son más que las respuestas. Por supuesto, están los que consideran que un adulterio no es una conducta adecuada en el mundo del espionaje recordando episodios como el «caso Profumo». Pero buena parte de las opiniones apuntan a que Obama ha logrado por fin librarse de un personaje díscolo que se suponía que seguiría en su Administración, pero que hubiera podido plantear roces en el caso de la más que probable intervención contra Irán. Quizá el reelecto presidente haya aplicado simplemente la regla enunciada por Jimmy Hoffa: «a los que tengas que echar ponlos en la calle el primer día. Las dudas se disipan y los que se quedan siempre te estarán agradecidos».
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