Olot

Rehenes de la crisis

Cincuenta años recién cumplidos y la empresa con la que lleva trabajando 25 años un día decide prescindir de usted. ¿De qué sería capaz por sacar adelante su vida y la de los suyos? Esta situación la viven actualmente miles de españoles.

Rehenes de la crisis
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La crisis económica en España ha dejado a su paso cinco millones de parados, muchos de los cuales tienen una hipoteca que pagar, hijos a su cargo y un agujero económico que no pueden tapar con nada. Llegar a fin de mes se convierte en una odisea y la línea entre lo lícito y la supervivencia cada vez es más fina. La vida se convierte en un túnel, en el que no se intuye la salida. La precariedad laboral es, sin duda, uno de los asuntos que más preocupan a la población. La falta de empleo provoca a veces desestabilidad en el núcleo familiar y enfermedades mentales, debido al estrés al que está sometido el individuo. Según un estudio de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), «hay evidencias de que el desempleo y la inestabilidad laboral se asocian a transtornos de salud y mayor mortalidad». Ayer, el barrio de Vallecas vivió uno de esos episodios en los que la crisis tiene buena parte de culpa. J.C.A.L. tiene 50 años precisamente, es soltero y vive con sus padres.
Hace un par de días, consciente de su desesperada situación, decidió entrar en un bar de la zona en la que vive y encañonar a su dueño, Tomás Carmona, con una pistola de fogueo. ¿El motivo? En principio se barajó la posibilidad más obvia: un hombre intenta atracar un local para extraer el dinero de la caja registradora. Aparentemente sería razonable, si no fuera porque un bar familiar de barrio no tiene gran volumen de ingresos. En ese momento, Tomás sólo tenía 100 euros en la caja. En su declaración posterior se confirmó que realmente «no tenía ánimo de lucro». El individuo, un número más en la lista del paro, tuvo la sangre fría de entrar y retener a un par de personas, a las que no conocía de nada, ni le debían nada. Descartado el ajuste de cuentas. Los negociadores revelaron que sus peticiones «se ciñeron a un vehículo de alta gama, un Porshe Cayenne con el depósito lleno», «una sábana» para poderse cubrir con uno de los rehenes –pero que fuera posible identificar quién era quién–, y por último «un chaleco antibalas, un casco y unos guantes de látex». Otra de las rarezas que solicitó fue la presencia de «una policía en bikini». Sin embargo, cuatro horas es mucho tiempo para una persona sin antecedentes penales y en un estado de nerviosismo fuera de lo normal. Finalmente, el hombre se entregó sin presentar ningún tipo de resistencia a las autoridades, pero fingió un desmayo en el momento de su captura.
En su declaración, según manifestó un portavoz de la Jefatura Superior de Policía, también se descartó que el atracador estuviera bajo la influencia de drogas o alcohol. En un último esfuerzo por que le entendieran, el hombre reconoció voluntariamente que «estaba bajo tratamiento depresivo», aunque en realidad, el atracador está en tratamiento psiquiátrico. La depresión o los trastornos de ansiedad son algunas de las consecuencias más graves que pueden causar comportamientos de esta naturaleza. Los expertos advierten del peligro que supone para el individuo la frustración laboral unida a la falta de autoestima y el fracaso sentimental. «Es cierto que la crisis económica y el desempleo pueden destruir socialmente muchas vidas y llevar a las personas a la desesparación, por eso son tan importantes los mecanismos protectores del Estado del bienestar», explica Mariano Fernández Enguita, psicólogo.
Sin embargo, también subraya que escenas como la vivida el sábado en Vallecas indican que el atracador no distingue el valor de las cosas. «El salto del escalón en que se sitúa una cuestión económica, sea de desempleo, la pobreza u otra, al escalón siguiente en que se sitúa la libertad (cuestionada por un secuestro) o al otro en que se encuentra la vida (amenazada o puesta en peligro) supone ya una escala de valores equivocada, en la que todo vale igual, cuando no debería ser así», puntualiza. No obstante, el atracador frustrado decidió saltar ese «escalón» para «llamar la atención» y transmitir su «situación de angustia personal», ya que previamente había manifestado «ser víctima tanto de una situación personal como laboral un poco complicada».
Según los dos negociadores que mediaron con él, «fue el propio secuestrador el que instó al dueño del bar a usar su teléfono móvil para informar a la sala del 091 del secuestro». Este hecho ratificaría el afán de protagonismo que le motivó para atracar el local, y desmentiría la versión de que fue el hijo del dueño de 18 años el que alertó a las autoridades. A las diez y media de la noche se produjo la primera comunicación directa entre los negociadores y el secuestrador y en la que comunicó su intención de rendirse. El dispositivo policial se preparó para controlar la salida del interior del bar. Poco más tarde, salieron los dos rehenes sin camiseta y con arañazos. Tras ellos, hizo lo propio el atracador, también sin su camisa, y se bajó los pantalones para mostrar que no portaba armas. La pistola de fogueo la había dejado en el bar. Los dos agentes que resolvieron satisfactoriamente la situación forman parte del equipo de negociadores de la sección de secuestros y extorsiones de la Comisaría General de la Policía Judicial, uno de la jefatura madrileña y el otro del equipo central.

Crímenes por deudas
1. La matanza de Olot.
Fue uno de los sucesos más sangrientos que se recuerdan y volvió a poner a la localidad gerundense en el punto de mira de la crónica negra. Pere Puig, cazador y albañil de 57 años, decidió tomarse la justicia por su mano el pasado mes de diciembre y acabó a tiros con la vida de cuatro personas. ¿El móvil? Puig trabajaba en la constructora Tubert, fue despedido y le dieron el finiquito en forma de talón sin fondos. ¿Las víctimas? El propietario de la empresa, Joan Tubert, de 62 años; su hijo Ángel, de 35, y dos empleados de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, Rafael Turó, de 46, y Anna Pujol, de 56.

2. Venganza por encargo. Los crímenes con móviles económicos no sólo se cometen en caliente. En el mes de noviembre de 2009, la Guardia Civil detuvo a un empresario por haber encargado a unos sicarios que acabaran con la vida de Juan José Benet. Al parecer, le había estafado en varias ocasiones.

3. Parricidio en Yecla. El reguero de sangre que llegan a dejar las situaciones económicas desesperadas puede ser demasiado extenso. Juan Pérez Valera mató a puñaladas a su mujer y a sus dos hijos, de cuatro y seis años, en 2008. Después se suicidó. Dejó una carta en la que aseguraba que no podía hacer frente a sus deudas.