Crítica de cine
Encerrada
Natasha Kampush ha demostrado ser una joven de una fortaleza extrema. Después de vivir secuestrada en un zulo durante 8 años, en sus declaraciones más recientes demuestra tener las cosas muy claras. Al poco de salir quiso librarse del papel de víctima perdonando a su secuestrador, pues afirma que de no hacerlo, «no hubiera podido superarlo todo», se le criticó duramente. Se rieron de ella en canciones, recibió cartas de pederastas, acosadores… Se retiró un tiempo y, lógicamente, quiere dar su versión de los hechos, aunque «ahorrándole a su familia detalles desagradables». Pero la gente quiere morbo y carnaza. Ella ha pedido que le adjudiquen la casa del agresor para que la derriben, no quiere que atraiga a enfermos idólatras del secuestrador. A sus psicólogos les ha extrañado que no se abandonara esos años, su lucha psicológica contra su centinela, su «maestro», sus horarios de estudio, de escuchar las noticias, la radio… Quiso seguir formándose y no se ha desmarcado demasiado de sus compañeros. Su templanza y equilibrio fueron asombrosos ante los castigos psicológicos y físicos. Pero eso no parece ser noticia, solo si: ¿Se acostó con él? ¿Se enamoró de él? No parece muy periodístico destacar el lado amable de una circunstancia trágica; pero a mí me parece memorable y me conmueven las ganas de luchar y de superar su drama que ha demostrado la joven, con más de 20 trastornos, lo que era esperable, pero luchando por su dignidad pública y por su equilibrio personal.
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