Historia
Franceses por María José Navarro
Anda la gente revolucionada con lo de los guiñoles y a mí me parece mal. Vale que no han estado afortunados y que maldita la gracia, pero no hay que tomarla con los franceses por no tener salero, que eso lo sabíamos todos. Porque, amigos, los franceses son un pueblo al que los españoles les debemos muchísimo y no es justo echarles en cara nuestros logros deportivos. De igual manera que no se exige a los atletas españoles competir con los etíopes en pruebas de fondo, ¿no es acaso injusto pedir a los franceses que destaquen en disciplinas que requieren esfuerzo y humildad, condiciones de las que carecen? ¿No gusta más, acaso, ganar a un francés que, es un poner, a un uzbeco? Y a pesar de los guiñoles, ¿quién no se ha muerto de risa viendo a grupos de franceses bailando el bimbó al son que marca el animador en los hoteles de la costa? ¿Cuántos españoles se han forrado vendiendo paellas incomestibles a turistas franceses, mientras estos presumían de ser el pueblo que mejor come del mundo? ¿No desempeñan acaso los franceses una labor valiosísima para la unidad Europea al poner de acuerdo a absolutamente todos sus vecinos a la hora de tenerles manía? Se antoja excesivo pedir además a este pueblo tan gracioso un comportamiento exquisito, que ya lo dijo un escritor inglés que les conoce bien por habitar en allí: «Francia ha producido generaciones de aristócratas, pero ni un solo caballero». Amigos, dejemos en paz a los «enfants de la patrie», no sea que les dé por entrenar, pierdan la gracia y nos quedemos para siempre sin los chistes esos de un español, un francés y un alemán.
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