Nacionalismo
Extorsión y tentación
La economía no estaba en su agenda. Sus objetivos eran otros: transformar España mediante un proyecto de ingeniería social; abrir un proceso de revisión histórica para legitimar el orden constitucional en la II República, y alcanzar la paz negociada con ETA. Pudo dedicarse a ello con fruición y el respaldo entusiasta de variopintos aliados, desde la ultraizquierda al nacionalismo secesionista, mientras la bonanza económica lo aguantaba todo. Ahora, abandonado por unos y otros, España entera asiste atónita a la disposición con la que encara la extorsión que le permitirá no caer del pedestal para siempre.
Cruel destino. El que te obliga a rendir pleitesía al emperador del Sol Naciente para no comer la tortilla con los mineros en Rodiezmo. Se consideraba uno de los suyos. Y a ellos se lo había prometido. Con esa ínfula mitinera tan propia: «Mientras haya una mayoría socialista en España, que no sueñen con recortes sociales y de los derechos de los trabajadores. ¡Eso no va a pasar!». Pero ha pasado. Y él es el ejecutor inclemente de las recetas neoliberales que los malvados mercados imponen a los trabajadores para salir de la crisis que ellos mismos desencadenaron. Seguramente no crea en ellas. Se las impusieron el presidente de la mayor democracia del mundo y el de la mayor dictadura del planeta, en un día de auténtica confluencia planetaria. Pero prefiere tragar a abandonar. Y más ahora que, necesitado de un golpe de fortuna, ETA vuelve a tentar su ansia infinita de paz…
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