Nueva York
La cárcel de Wallis Simpson
Descubren quince cartas inéditas que la esposa de Edward VIII escribió a su ex marido entre 1936 y 1937
Resulta difícil imaginar que dentro de 75 años un avieso periodista puediese rastrear los correos electrónicos que se intercambian el príncipe Guillermo y Kate Middleton o Alberto de Mónaco y su angustiada Charlene. Parece una investigación harto complicada ya que la principal desventaja de Internet (¿o será una ventaja?) es que los mensajes que circulan en esa red infinita no dejan rastro ni permanencia. Para fortuna de los «cotillas» históricos y de los amantes de las controversias biográficas hay otro tipo de formatos más perdurables, tanto, que suelen sobrevivir a sus propios protagonistas: las cartas. Las hay de diversos tipos y formas, pero las más fascinantes y populares siempre suelen ser las que revelan aspectos desconocidos de sus remitentes. Al hacer públicas ciertas intimidades algunos personajes incluso logran dar una vuelta de tuerca a la Historia. Ahora, este podría ser el caso de Wallis Simpson.
El canal Channel 4 emitió el miércoles un documental basado en el libro «That Woman: A Life of Wallis Simpson, Duchess of Windsor» de la periodista y escritora Anne Sebba, que tuvo acceso a un lote de cartas inéditas que la esposa de Edward VIII escribió a su ex marido entre 1936 y 1937. ¿Quién iba a decir que Wallis encontraría consuelo y apoyo en su, ex Ernest Simpson, al que había abandonado por su romance con el rey de Inglaterra? Ella, la frívola y ligera divorciada que hizo temblar la estabilidad de la Corona británica; ella, que tuvo que soportar el deshonoroso título de «la ramera yankee»; ella, que estrechó la mano de Hitler y abrazó sus ideales, resulta que no era tan superficial, ni tan hedonista. Quizás sólo una mujer equivocada que pudo reconocer su error cuando ya era demasiado tarde. «Me siento pequeña y machacada por todos» escribía a su ex marido en una de las misivas. Wallis tuvo que convivir con el temor a sufrir agresiones físicas e incluso llegó a recibir una amenaza de bomba. «Estoy aterrorizada en la corte» confesó.
Eclipsada por una relación que se había convertido en algo «desordenado, decepcionante y vacío», en una carta fechada el 30 de noviembre de 1936 aseguraba a Ernest que quería escapar del país «quizás para siempre». ¿Cómo había llegado a esa situación? Wallis admite que se dejó camelar por Edward VIII porque ella tenía 40 años y se sintió reafirmada con aquel «affaire» al descubrir que aún seguía resultando atractiva para los hombres. Además, la relación con el futuro rey de Inglaterra no sólo le permitía enriquecer su ego, también le podía dar acceso a la alta sociedad británica. Sin embargo, los sentimientos de Edward iban mucho más allá y rozaban lo obsesivo: no sólo renunció al trono de Inglaterra por ella (tras unos meses en el cargo, abdicó en favor de su hermano Jorge VI, personaje en el que se basa la película «El discurso del Rey») también llegó a afirmar que se quitaría la vida si Wallis lo abandonaba. Pero, a pesar de que la divorciada de Baltimore vivió con él hasta sus últimos días, parece que esos sentimientos no eran recíprocos.
La pasión por su ex
Y es que no sólo es relevante que la mujer que dinamitó los cimientos de Buckingham Palace escribiese cartas al hombre que abandonó, para hablarle de sus miedos e inseguridades. Ni siquiera que las misivas se prolongasen incluso en los años de matrimonio con Edward VIII. Lo más relevante es su contenido, los sentimientos que llega a desvelar. En una de las cartas, escrita durante su luna de miel con el duque de Windsor, Wallis confesaba a su ex esposo: «Pienso en nosotros muchísimo, aunque trato de no hacerlo». También hay una carta a Ernest de su viaje a Alemania en el que comenzaron a coquetear con el nazismo. «Donde quiera que estés, puedes estar seguro de que nunca pasa un solo día en el que no piense durante unas horas en ti». Tanto es así, que en una de las epístolas incluso llega a pedir disculpas a su ex pareja porque no le ha podido comprar una regalo de Navidad al no poder escapar de lo que ella definía como su «prisión».
La relación no había comenzado con la misma entrega, pero los años y esa peculiar habilidad que la memoria tiene para edulcorar todo lo que pertenece al pasado, acabaron dando a Ernest un papel privilegiado en el corazón de la abatida Wallis. La pareja se había conocido en Nueva York, en 1927, cuando ella esperaba el divorcio de su primer marido, el piloto naval Winfield Spencer. A pesar de que Ernest estaba casado, enseguida se prendó de esa seducción innata que Wallis desprendía. Y, aunque ella no se apasionó por él, consideró que a sus 32 años no estaba en condiciones de seguir esperando al hombre de sus sueños. Además, el apellido Simpson le brindaba la posibilidad de vivir en Inglaterra con cierta estabilidad económica y el joven pretendiente era agradable y simpático.
La vida británica fortaleció el matrimonio que disfrutó de una gran vida social. En 1931 pudieron acceder al círculo de amistades del entonces príncipe de Gales y heredero al trono, Edward, a través de una amiga en común. Ya en 1934 las relaciones tomaron otra forma. Una de sus íntima, Thelma, amante del príncipe en aquellas fechas, pidió a Wallis que cuidase de su «Pequeño hombre» mientras ella se ausentaba por un viaje. Sin embargo, parece que se tomó la petición demasiado a pecho, y de las atenciones y los encuentros que mantuvo con Edward VIII no tardó en surgir otro tipo de relación más profunda. Su escandalosa historia de amor ya se había fraguado.
Los primeros pasos del «affaire» no fueron demasiado molestos para el marido engañado, Ernest, quien incluso gozaba de los favores de la realeza. Sin embargo, la tensión fue creciendo y la aventura se hizo demasiado evidente y bochornosa para él. Angustiada por los recelos de su marido, Wallis pidió a su amiga Mary Kirk lo que en su día le había pedido Thelma a ella: que entretuviese a su marido. Y acabó probando de de su propia medicina. Mary y Ernest se enamoraron perdidamente y contrajeron matrimonio seis meses después de que se divorciase de Wallis. Algo que la mujer de Edward VIII nunca perdonó a su amiga. Como escribe en sus cartas, el nuevo amor de su ex marido había dejado en ella «una herida que jamás se cerrará». Al fin y al cabo Wallis había aprendido que su matrimonio con el príncipe azul «no fue la vida encantadora, dulce y simple» que había supuesto. Y se lamentó de que una cosa así sucediese «a dos personas que se llevaban tan bien. Las cosas no debería haber sido como son ahora», explicó en una de las misivas.
Con o sin arrepentimiento, más o menos enamorada, lo que estas cartas revelan, más allá de sentimientos ocultos, es una nueva Wallis: Una mujer sensible, ingeniosa, con un gran gusto por la escritura y alejada de la imagen superficial que se le atribuye.
Un marido alcohólico y su gran amor frustrado
Aquellos dos matrimonios provenían de unos amores antagónicos, casi opuestos. El primer marido de Wallis Simpson se llamaba Earl Winfield y era un piloto norteamericano. Había padecido, además, todos los inconvenientes de la aeronáutica, como un accidente que le marcó para el resto de su vida y que subrayó su tendencia al alcohol. El matrimonio sobrevivió como pudo, entre viajes (como los que realizaron por Oriente) y algunas infidelidades. Todo terminó en un divorcio unos pocos años después. Su siguiente marido fue Ernest Aldrich Simpson, ejecutivo de una empresa marítima al que se unió en 1928. Se instalaron en una casa muy bien amueblada, atendida por un servicio de cuatro personas. Toda esa fantasía terminó cuando la bolsa se derrumbó durante el «crack». En uno de los viajes que realizó en esta época conocería al príncipe Eduardo.
CARTAS A FREDA
Obsesiones reincidentes
Las obsesiones de Eduard VIII con las mujeres venían de lejos. Wallis no fue la única. Con Freda Dudley Ward, una mujer casada de la alta sociedad matuvo un romante antes que con Wallis. Su relación duró cinco años tras encontrarse por casualidad en una fiesta en 1918. Ella siguió siendo una confidente cercana de Eduardo hasta 1934 cuando comenzó su relación con Simpson.
El príncipe de Gales le decía a su amante secreta «mi querida pequeña Fredie Wedie» y le insistía en que ella era todo lo que él deseaba. «Tu muy, muy adorado y amado pequeño David» (su nombre familiar), se despedía en las misivas.
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