Educación

Sociedad del conocimiento

La Razón
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El desafío estratégico de Europa tiene una triple finalidad: la competencia científica, técnica y cultural. Éste es el escenario de la Declaración de Bolonia, que en 1999 firmaron los ministros de Educación de varios países europeos en la ciudad que lleva su nombre, y cuya «hoja de ruta» ha conducido a la creación del Espacio Europeo de Educación Superior, un entorno abierto al intercambio de ideas y personas, que sirviese de marco de referencia a las reformas educativas que muchos países habrían de iniciar en los primeros años del siglo XXI. Siendo plausible el propósito, habrá que decir que tiene algunos «peros».

El desafío científico moderno, en primer lugar, exige la verificación de los hechos, es decir, la ciencia moderna sólo considera valores aquellos que pueden ser objeto de control experimental. Bajo estos supuestos, no serían valores reconocibles por la ciencia la libertad, la justicia o la solidaridad en su sentido universal. Los valores que informarían a la vida ciudadana sólo serían físicos, materiales.

El desafío técnico, en segundo lugar, está orientado principalmente por el pragmatismo como ideología, es decir, por la utilidad. No resulta sorprendente que unos años antes de la Declaración de Bolonia, el informe presentado en 1995 por la European Round Table of Industrialists o Mesa Redonda de los Empresarios Europeos hubiese insistido en este mismo sentido pragmatista y mercantilista, ya que es sabido de todos que en la cancha del mercado el valor principal es el precio y la competitividad, el desafío al que ha de responder la organización y la persona, como valor añadido, para la supervivencia en la sociedad del conocimiento. Este dinamismo del progreso técnico exige «robar» horas a la familia, los amigos, y el tiempo de ocio. La seducción de los «valores técnicos» devora el tiempo del amor, devora como Saturno a los hijos de sus entrañas.

El desafío de la cultura, en tercer lugar, impregnado de la «filosofía dominante», el racionalismo moderno que comenzó anteponiendo el «pensar al ser de las cosas» (las cosas son lo que yo pienso o el grupo y no lo que son en realidad), y que terminó negando la posibilidad de la percepción humana para captar de forma directa e inmediata a las mismas, ha desembocado en un sentido de la realidad fantasmagórico donde todo es relativo a cada momento histórico y cada contexto cultural. El «pero» es que algunas culturas del África subsahariana, por sólo citar un ejemplo, consideran un bien la ablación del clítoris a las niñas.

En suma, estas formas reduccionistas de la realidad, cuando se erigen en la panacea, entre otros «frutos amargos», han sustituido la unidad (esencial, ontológica), posibilitadora de toda multiplicidad, por la fragmentación, la discontinuidad, el localismo y el disenso postmodernos. La verdad, por la verificación, la bondad, por la utilidad, y la belleza, por la sensualidad.

¿Cómo deshacer los nudos de los «reduccionismos» con sabiduría y prudencia, según la estrategia de Sun Tzu (544 a. C.), de tal modo que convenza a los «adversarios»? ¿Cómo extirpar las «malas hierbas» sin arrancar «el trigo» que indudablemente también crece con la ciencia, la tecnología y la cultura modernas? Los agentes sociales deberían emprender al menos las siguientes acciones:

a) La sociedad del conocimiento ha de implantar una educación básica que contribuya no sólo al desarrollo de competencias pragmáticas y estrictamente hedonistas, sino favorezca una educación en valores éticos esenciales que permitan regenerar la política como ética social y que promueva el comportamiento moral del ciudadano. El ser humano no sólo debe ser competente para «producir» y valorar su etnia, sino también para «ser más hombre y mujer», es decir, para descubrir lo esencial humano, los valores que les hacen competente para amar y ser amado.

b) La familia ha de ser protegida en su estatuto epistemológico propio y los padres han de reconocer las raíces de la «hierbas amargas» para arrancarlas con la inteligencia de la palabra y el diálogo con sus hijos. Un educador, un padre, difícilmente puede «sobrevivir» en la «jungla de la sociedad moderna» si no conoce no sólo los aspectos de la misma, sino cómo y por qué se «pega fuego» a los valores esenciales, que son los únicos capaces de estabilizar la organización corporativa, y la vida humana digna. No basta con denunciar el mal y la injusticia, sino que hay que saber por qué caminos y vericuetos han llegado éste desde su origen hasta nosotros, y cuál es la «medicina adecuada» que allana el camino del bien. Urge la tarea porque quedan pocos «valores esenciales» en la «despensa occidental», y la hambruna de amor crece por doquier.

c) El aprendizaje continuo a lo largo de la vida («long live learing») que se nos exige en las «sociedades avanzadas» tiene ciertamente un denominador común: el «saber cómo» («now how»); pero en la «bolsa de la vida», como en la del golf, deben llevarse «hierros» diversos para resolver problemas diferentes. Se trata no sólo de superar dificultades técnicas en el campo de juego, sino aquellas que surgen para alcanzar las cumbres de la «competencia ética y moral», imprescindibles para el «juego limpio», la vida plena, evitar crisis y vivir en paz.


Catedrático en Fundamentos de Metodología Científica