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Despedida agridulce por Carmen Gurruchaga
Siete años, siete meses y 27 días después de asumir el Gobierno, Zapatero presidió ayer su último Consejo de Ministros, lo que supuso alegría para algunos y tristeza para otros. Abandona La Moncloa con un rostro en el que han dejado huella el paso del tiempo y los disgustos acumulados a lo largo de este tiempo. Ayer, no sólo se despidió del poder y de sus compañeros en estos años, sino que también dijo adiós a las tribulaciones generadas por una crisis que primero no quiso reconocer, que luego no supo gestionar y que, finalmente, terminó arrollándole a él mismo, hundiendo al país para mucho tiempo y a su partido en las urnas el pasado 20-N. Ahora, esa patata ardiente queda en manos de Mariano Rajoy, que pasado el mediodía visitó a Zapatero, quien hasta febrero mantendrá el cargo de secretario general del PSOE. En esa fecha se celebrará un congreso en el que con toda probabilidad habrá una lucha fraticida por el poder. El todavía líder socialista será recordado como el presidente que llevó a cabo los mayores recortes en la historia de la democracia española y no como el que puso en marcha las reformas sociales más importantes, que era su pretensión.
Tampoco verá satisfecho otro de sus deseos: «pasar a la Historia como el presidente que, además de hacer frente a la crisis, transformó la economía y llevó a cabo la tercera gran transición económica de la democracia», aunque Blanco se muestre convencido de que con el tiempo su labor será reconocida.
Su argumento, que siempre ha «antepuesto el bien común a cualquier interés partidista»; una aseveración poco cierta, pero que de haberlo sido, no tendría porqué ser premiada, ya que se habría limitado a cumplir con su obligación.
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