Cataluña

Puedo trabajar para mí por César Vidal

La Razón
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Estamos en plena campaña de la declaración de la renta y sería aleccionador recordar que el contribuyente medio español necesita 124 días de trabajo al año para costear sus obligaciones tributarias. Como suele ser habitual, los españoles no son iguales y mientras que vascos y navarros –favorecidos por un concierto medieval e injusto que debería desaparecer– entregan menos de ciento veinte días del fruto de su trabajo, el nacionalismo catalán ha logrado que en Cataluña se acerquen a los ciento treinta, creo yo que en justo castigo a su perversidad. Madrid anda en un punto medio, pero, fundamentalmente, porque todavía andamos sufragando los intolerables excesos del alcalde Tutangallardón. Como quien no quiere la cosa, un trabajador con un sueldo medio de 24.400 euros brutos destina 54 días a pagar el IRPF, 27 al IVA, 23 a la Seguridad Social, 13 a los impuestos especiales y 7 a otros impuestos. En total, hablamos de 124 días y 8.261 euros de media para cumplir con el fisco. Pero la realidad es peor si cabe. Por ejemplo, la empresa del trabajador en cuestión cotiza por él un 29,9% de su sueldo bruto, unos 7.296 euros. Esto significa que, si la citada cantidad se incluyese directamente en el sueldo bruto, el trabajador vería su salario aumentado hasta los 31.696 euros brutos, pero sus obligaciones con Hacienda crecerían hasta los 179 días de trabajo y los 15.557 euros. Hasta junio, no ganaría un céntimo para sí. La presión fiscal en España sobre los salarios es especialmente elevada soportando un gravamen medio del 39,9%. Ni que decir tiene que también hay españoles que no ven un céntimo del fruto de su trabajo hasta bien entrado el mes de octubre. Y, como guinda del pastel, sólo el 19% del gasto de las administraciones públicas es una adición al PIB. El 23% restante, hasta completar el 44% del PIB, al que equivale el gasto público total, es sólo un juego de triles consistente en sacarnos el dinero del bolsillo para meterlo en la saca de otros. Naturalmente, con estas cifras, no hay que ser un Premio Nobel en economía para percatarse de que España no puede salir adelante nunca. El monstruo autonómico nos asfixia de tal manera que ni las empresas pueden invertir ni contratar ni las familias consumir y, por lo tanto, la recesión se transforma en una amenaza perpetua. Pero ¿podría ser de otra manera cuando en lugar de poder trabajar para nosotros y nuestros hijos lo hacemos para que el Gobierno catalán abra embajadas en el extranjero, para que el Gobierno vasco nos obligue a pagar su sanidad deficitaria o para que el andaluz arroje al sumidero de los ERE puñados y puñados de millones? Sé que puede sonar a audacia e incluso a descaro, pero ¿sería posible que pudiera trabajar para mí en lugar de para tanto parásito?