España
Dolor y esperanza en España
Recientemente me han preguntado, una vez más, por mis mayores preocupaciones en torno a la Iglesia en España. Siempre, porque así es, doy la misma respuesta: mi gran preocupación es que los hombres crean en Dios, porque no da lo mismo creer que no creer en Él. El problema radical de España, el que está en la base de la situación tan grave que atraviesa –como si estuviese desangrándose y desplomándose–, tiene su raíz en el olvido de Dios, en pretender vivir como si Dios no existiese y al margen de Él, en la laicización tan grande y radical que algunas corrientes pretenden, o en la secularización interna de la misma Iglesia, en el olvido de la identidad de España y de su aportación a la Iglesia y al mundo. Me preocupa y me duele hasta lo más profundo que, en pocos lustros, haya aumentado hasta llegar al 20% el número de los que se declaran ateos o no creyentes, y que crezca y crezca la apostasía silenciosa, la disminución significativa del número de los participantes en la liturgia dominical. Me duele que cada vez se vean menos niños en la eucaristía. ¿Cómo no sentir preocupación por el envejecimiento de las comunidades contemplativas, cuyo testimonio y plegaria tanto necesitamos, o por la falta de vocaciones a la vida religiosa, que es tan fundamental en la Iglesia y cuyo debilitamiento tanto estamos acusando? Me preocupa y me duele sobremanera ese 48% de jóvenes sin trabajo, con todas las graves consecuencias que esto trae para los jóvenes de desánimo, falta de esperanza, desencanto, sin sentido, y un largo etcétera que podríamos añadir; en relación con los mismos jóvenes, me preocupa grandemente que sus criterios de vida sean tan afines a los del ambiente pagano, laicista y relativista imperante, sin principios morales fundantes, sin valores que les den ánimo y aliento para luchar por un mundo nuevo, y que sean tantos los que andan como perdidos y desorientados, cual si se tratase de ovejas sin pastor, desalentados y sin norte. Me preocupa el descenso grandísimo en las solicitudes de enseñanza religiosa en la escuela, sobre todo en la enseñanza media; me preocupa el desplome moral de nuestra sociedad y del mismo cristianismo como configurador de la manera de pensar y de vivir, la debilidad para evangelizar abiertamente. Me preocupa el alto número de matrimonios y de familias rotas, o el miedo o la prevención que tantos jóvenes muestran hacia el matrimonio, prefiriendo las uniones de hecho. Me duele en lo hondo de mi alma tantos emigrantes que no son evangelizados, que, aun siendo católicos, no están siendo atendidos suficientemente como tales por parte nuestra. Siento muy cerca y vivo el dolor, y la angustia, de tantísimas familias que en estos momentos lo están pasando muy mal por la situación de crisis económica, por la falta de trabajo y de recursos mínimos; todos tenemos personas muy próximas, algunas muy jóvenes, que están sufriendo tremendamente por esto; hay que ver lo que sufren. Me duele España, le falta norte, le faltan principios y fundamentos en los que asentarse y apoyarse para reemprender caminos nuevos abiertos al futuro. Me sobrecoge la clara pérdida de identidad que está padeciendo nuestra patria ante una gran pasividad de todos: ha sufrido un cambio tal que ni su «madre la conoce», y aquí nos quedamos tan tranquilos. Tenemos una grave responsabilidad y una hermosa y esperanzadora misión en esta hora que vivimos. La gente espera de la Iglesia más de lo que pensamos; espera una palabra, una luz, un aliento, una nueva esperanza; no podemos cruzarnos de brazos o quedarnos parados, resignándonos a lo que nos pasa; en otros momentos ha jugado un papel decisivo, ¿por qué no ahora? Ante este panorama, pienso, con sencillez y al mismo tiempo con pasión por nuestra Iglesia, de la que es inseparable nuestro pueblo, que la Iglesia en España debería releer y meditar todo cuanto nos dijo el Papa en su reciente viaje a España, que fue tan lúcido como visión de lo que nos pasa y tan esperanzador, tan sanante, tan sugerente, tan estimulante, y, al mismo tiempo, sencillo. Pienso que necesitamos volver a meditar también el propio magisterio de los obispos españoles, tan rico y sugerente, sus análisis que son más severos incluso que el que acabo de hacer.Un gran desafío para la Iglesia en España es recobrar el vigor de una fe vivida capaz de edificar una humanidad nueva, tener más confianza en ella misma, no tener miedo, ser libre, vivir con hondura religiosa y teologal, centrarse más en la vida sacramental y de adoración, centrarse en Dios, fortalecer una profunda unidad, renovar el tejido de la sociedad renovando inseparablemente el tejido de nuestras comunidades. Estimo que la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, será un momento de gracia y de gran esperanza; tengo la certeza de que será una sacudida muy fuerte, como un nuevo Pentecostés, para la Iglesia en España; renacerá una gran y nueva esperanza para evangelizar, para evangelizar a esa masa enorme de jóvenes que nos piden y hambrean Evangelio, esperanza, fuerza para vivir y caminar con nuevo ánimo y con sentido, nos piden a Jesucristo. Con el auxilio divino no podemos dejar pasar de largo este momento. También la Jornada Mundial nos apremia a evangelizar ya, y al día siguiente de su celebración: ése es nuestro camino, puerta abierta a la esperanza.
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