Lisboa

Construir con los pies

La Razón
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Seguimos levantando edificios sobre cauces fluviales y cimentando casas a la buena de Dios en zonas tectónicamente expuestas. Nunca he vivido un terremoto, afortunadamente. Hace unos cuantos veranos se produjo un temblor bastante bestia en la zona de Ciudad Real que se dejó sentir en buena parte de Castilla-La Mancha, y también en Madrid. Aquel día lo sentí como el movimiento de un tren soterrado, y de hecho calculé que tendría que ver con el Metro. Estamos tan poco habituados que pensamos en los terremotos como algo lejano, que afectan a los demás, nunca a nosotros. En Costa Rica los viven, sin embargo, como algo cotidiano. Cuando estuve en este país me contaron cómo sufren cada día decenas o cientos de temblores, la mayoría imperceptibles. Me perdí un sismo de intensidad 6 allí porque a última hora no viajé con el equipo de Carlos Herrera para un programa de radio. Ellos no se lo perdieron, y lo vivieron con la angustia que produce encontrarte de golpe con que la cama anda y las lámparas se apagan y tienes que bajar en calzoncillos a la calle porque se está moviendo La Tierra. Los que lo sufren por vez primera lo padecen con taquicardia y excitación nerviosa extrema. Siempre nos dicen cosas sobre qué hacer y cómo actuar. El problema es que cuando sucede va todo tan deprisa que apenas tienes tiempo para pensar. En segundos o minutos se te ha podido caer la casa o partirse por la mitad la carretera por la que vas tan tranquilo con el coche. España no es un país de gran peligro sísmico, pero los terremotos no han sido una excepción en nuestra historia. Entre otros, hemos padecido uno del 7,8 en el Cabo San Vicente y otro de 7 en la localidad granadina de Dúrcal. Toda esa zona de Granada-Murcia-Almería está bastante expuesta a movimientos, y de hecho cada año hay alguno de cierta intensidad. El geólogo Luis Suárez venía avisando de que en Murcia se iba a producir un sismo mayor de lo habitual. ¿Por qué? Porque así sucede cada 70 o 100 años en esas zonas particularmente expuestas a la actividad de choque de las placas tectónicas. De manera que no tenemos grandes sustos, pero es previsible que los haya porque así sucede cada tiempo, algunas veces de forma brutal. Es lo que ocurrió en Lisboa en 1755, con un temblor de casi 9 grados, diez minutos de terror continuado y más de 100.000 muertos. Las secuelas se dejaron sentir en Cádiz y Huelva. El problema es que, pese a todo, construimos mal en España, con muchas lagunas y sin el rigor de controlar que todo cuanto se levanta sobre el suelo siga los parámetros de resistencia horizontal que, por ejemplo, han impuesto los chilenos, y mucho menos la ductilidad con que lo hacen en Japón o California, donde los edificios se mecen, pero difícilmente se caen. Aquí somos más alegres y, pese a las lluvias torrenciales, seguimos levantando edificios sobre cauces fluviales, y construyendo casas a la buena de Dios, frecuentemente con los pies, en zonas tectónicamente expuestas, cuando no particularmente peligrosas.