Europa

Londres

Un eje París-Berlín

La Razón
La RazónLa Razón

Hace ya muchos siglos, desde la época de Carlomagno, si no me engaño, que no se contemplaba un entendimiento entre Francia y Alemania como el que ahora Sarkozy y Merkel nos están ofreciendo. Así podemos enterrar las palabras nefastas de gabacho y de boche, que también a nosotros se nos contagiaron. Se trata pues de un mensaje de esperanza tanto más claro que no se ocultan tampoco las diferencias de opinión que en algún momento se producen. Ahora bien es necesario formular, desde nuestra conciencia histórica, cierta advertencia: no deben incurrir nuevamente en el error de creer que ese nuevo eje se convierte en la pieza desde la que se domina el futuro del continente, reduciendo a los demás miembros a un papel secundario; tampoco creer que todo se reduce al ámbito de la economía, que en estos momentos nos estrangula. Del pasado, todavía cercano, extraigo estas reflexiones por si de algo pueden servir.

En 1938 Hitler viajó a Roma para construir el que oficialmente se llamaba «Eje Roma Berlín». Hubo un vuelco de entusiasmo desbordante en aquella ciudad, que es la raíz de todo. Y también una excepción: el Papa Pío XI se refugió en su retiro de Castelgandolfo para evitar cualquier contacto, directo o indirecto, con aquel amenazador personaje a quien acababa de denunciar en su propia lengua, «Mit brennender Sorge», como el restaurador de un neopaganismo tras el que ocultaba la peor de las amenazas. Y el tiempo demostró que él y su hombre de confianza, Pacelli, tenían razón.

La segunda lección trata de responder a una pregunta: ¿por qué de nuevo Inglaterra ha decidido permanecer al margen? No basta con echar maldiciones sobre Cameron, como si se tratara de un enemigo de Europa; Chamberlain intentó negociar y ya sabemos como terminó. En aquellos años, vitales y dramáticos, Churchill lanzó una idea que más tarde Adenauer, De Gasperi, Schumann y Monet, que habían sufrido en su propia carne el paso de la borrasca, recogieron con más precisión. Había que construir Europa; una Europa que invocaba la memoria de aquel cuyos restos yacen en Aquisgran, instituyendo el premio Carlomagno como muestra de honor. Para todos estos políticos lo importante estaba no en la economía, que es un medio del que no podemos prescindir, sino en la esencia misma de la persona humana, extrayendo de su patrimonio cristiano las dimensiones necesarias. Como llegaría a decir Juan Pablo II tras las paredes de Compostela: Europa necesita «volver a sus raíces» para ser «ella misma».

Es muy comprensible y loable que, desde la amarga situación a que hemos llegado en el orden económico, el nuevo Gobierno acoja con aplauso el nuevo eje. Pero es importante también que no se pierdan de vista al menos tres aspectos esenciales. El primero de ellos es la reconciliación con Inglaterra. Si sirve de algo recuerden la importancia que tuvo la presencia del duque de Alba como embajador en Londres y su amistad personal con Churchill a la hora de apartarnos de una especial dificultad coyuntural. Pues el Reino Unido es Europa, y sólo Europa.

En segundo término, y en apoyo de esta tesis hemos de poner énfasis en las palabras del discurso del Rey. Hay que defender, sin falsa modestia, el papel que España ha desempeñado en la construcción de ese Humanismo que significa Europa. Claro es que cometimos errores como todos los demás, pero la simiente conseguida supera muy ampliamente todo lo demás. Y para el futuro, como la JMJ acaba de demostrar palmariamente, nuestra contribución puede ser de importancia decisiva. Millones de personas lo vieron: bajo una chubasquina sorprendente, millones de jóvenes permanecieron sin moverse en aquel silencio tan profundo frente a la custodia de Arfe. La juventud, que no salta a los periódicos porque lo bueno y silencioso no es noticia, estaba demostrando que volvía a ser ella misma. Los ecos de la sorpresa que esto produjo no se han apagado. Y allí, delante, estaba un alemán luciendo las insignias de Pedro el pescador de Galilea.

Porque allí estaba la tercera dimensión que hemos de tener en cuenta. Porque es la más importante la hemos reservado para la última. No se puede construir el futuro ni resolver las depresiones económicas sin tener en cuenta el orden moral. No estoy tratando de invocar motivos religiosos. Pero como Maimónides, que sufrió en su carne persecución islámica, ya advirtiera en las postrimerías del siglo XII, lo que Dios entregó a Moisés no fue un mandato revisable, sino una revelación acerca del orden que existe en la Naturaleza. Si este se conculca no nos extrañe que las consecuencias se conviertan en muy lamentables. Hay algo de razón en lo que afirman los ecologistas, ya que cuando se deja de administrar la Naturaleza y se pasa simplemente a poseerla, se rompen las venas por donde circula la sangre de la dignidad de que se halla revestida la naturaleza humana.

Deseo, con todos mis fuerzas, que nuestro nuevo Gobierno alcance los éxitos que necesita, y que se le presten todas las ayudas posibles. Bien va a necesitarlo. No debe dejarse engañar por esa especie de axioma que se atribuye a la democracia aunque realmente es contraria a ella misma: «La mayoría tiene razón». No. Los creadores del progreso, capaces de guiar a la ciudadanía, son siempre minorías y en ellas, como advirtiera Ortega y Gasset, el deber se antepone al derecho. Hacer por los demás lo que quisieras que los demás hicieran por ti.