Hollywood
Canallas con dinero
Se adueñaron de Wall Street con un instinto depredador. Todo valía para hacer dinero, hasta que estalló la burbuja y, con ella, estos tiburones
AIG Financial Products se constituyó en 1987. El equipo original estaba conformado por gente que venía de Drexel Burnham Lambert, un hiperagresivo banco de inversión que cayó en bancarrota en 1990 como consecuencia de actividades ilegales en el mercado de bonos basura. Estaba dirigida por Michael Milken, que fue condenado a diez años de prisión de los que sólo cumplió dos. Cuando salió de la cárcel y volvió a casa tenía el suficiente dinero como para continuar entre las personas más ricas del mundo. Su fortuna se estimaba en 2007 en mil doscientos millones de dólares. (...)
AIG Financial Products se convirtió en una máquina de ganar dinero para su compañía matriz, la aseguradora AIG. Pero era una división muy pequeña. En términos del número de empleados suponía aproximadamente el 0,5 % del total de AIG. Sin embargo, su colapso se llevó consigo a la matriz, una de las mayores aseguradoras del mundo, que debió ser rescatada por el Gobierno estadounidense con un coste que se estima alrededor de los doscientos mil millones de dólares. (...) Los accionistas de la compañía perdieron, como decíamos antes, cien mil millones de dólares de sus ahorros.
No hay nada gratis
Los cronistas cuentan que el milagro de AIG FP se convirtió en catástrofe como consecuencia del nombramiento, en 2001, de Joe Cassano como primer ejecutivo. Si en algo están de acuerdo las innumerables crónicas y perfiles que se han escrito sobre él, es en que Cassano era especialista en abusar de aquellos que tenía a su alrededor, especialmente de los que le llevaban la contraria. Humillaba a la gente y luego, para compensar, le llenaba los bolsillos de billetes.
Michael Lewis contaba en «Vanity Fair» que en AIG FP las comidas y las bebidas eran gratuitas. Cuando Cassano veía a alguien bebiendo agua se acercaba para recordarle que la compañía era suya y que era él quien estaba pagando por la comida o el agua. O que pasó horas bramando para encontrar al culpable de haber dejado fuera de su sitio una pieza del gimnasio de la compañía. Cassano gritaba e insultaba a la gente continuamente. Como consecuencia, nadie se atrevía ni a respirar. AIG FP se convirtió en una dictadura. Y Cassano, como lo definió Michael Lewis, en un déspota de película de dibujos animados.
Su ira se dirigía de la misma manera a los «traders» competentes o incompetentes. Y no tenía impacto alguno en las gratificaciones recibidas a final de año. Se podía pasar un año entero insultando a alguien y luego darle una gratificación que hubiera hecho secretar saliva a una estrella de Hollywood. El dinero es lo único que hacía a la gente aguantar al personaje. Lo peor de todo es que, en realidad, Cassano no entendía ni una palabra de los riesgos que estaba asumiendo. Por qué Cassano terminó dirigiendo AIG FP es uno de los misterios del capitalismo moderno.
Sin embargo, era un tipo comprometido con su compañía. Los más de doscientos ochenta millones de dólares que ganó trabajando para AIG FP no los gastó en yates y aviones privados. Reinvirtió en AIG la mayor parte de los treinta y ocho millones de dólares que recibió como retribución en 2007. No tenía hijos, no le gustaba la ropa cara y no tenía ambiciones sociales conocidas. AIG era su vida.
El cambio que acabó con AIG se produjo poco después de la llegada de Cassano a la dirección de la compañía. En 1998 la empresa comenzó a vender a los bancos contratos de seguro, «credit default swaps», frente al riesgo de quiebra de numerosas compañías cotizadas con buena calificación crediticia. El riesgo era pequeño: era poco probable que compañías cotizadas de diversos países y sectores se vieran imposibilitadas a pagar sus deudas, o que muchas de ellas se encontraran en esta situación a la vez. Pero este paso, según contaba «Vanity Fair», convirtió a AIG FP en el lugar adonde todos los bancos de Wall Street acudían para descargar sus riesgos. AIG FP los aceptaba encantada. Parecía una manera sencilla de ganar dinero. Pero no hay nada gratis.
A comienzos de la primera década del siglo XXI, los mismos bancos que antes habían acudido a AIG FP para asegurar el riesgo de quiebra e impago de deuda de compañías cotizadas acudían ahora a la compañía con paquetes de deuda que incluían créditos al consumo, deudas de tarjetas de crédito o cualquier otra cosa. También empezaron a llegar paquetes que contenían hipotecas «subprime». (...) . En 2003 había habido unas pocas decenas de miles de millones de dólares en hipotecas «subprime». Entre 2004 y 2007, Wall Street titulizó 1,6 billones de dólares en hipotecas de este tipo. Y 1,2 billones adicionales de las denominadas hipotecas Alt-A, que son habitualmente aquellas en las que quien concede el crédito no requiere la información habitualmente solicitada al prestatario. Wall Street se había convertido en una máquina de empaquetar hipotecas basura. (...) Seguramente, parte de las razones del «boom» se encuentran en el hecho de que Wall Street había encontrado a alguien dispuesto a correr con el riesgo si, como todo parecía indicar, las hipotecas «subprime» terminaban en lágrimas. Ese alguien era la AIG FP de Joe Cassano.
AIG FP estaba asegurando el riesgo de paquetes de créditos al consumo con buena calificación crediticia. Al principio, solo una pequeña parte eran hipotecas «subprime»; al final, más del 90 % de los productos que aseguraba AIG lo eran. A nadie en AIG pareció sorprenderle esto, y a Cassano, menos que a nadie. En 2005, AIG FP aseguraba las hipotecas «subprime» de la mayor parte de los bancos de Wall Street. (...)
Alguien hizo saber a Cassano el riesgo en el que AIG estaba incurriendo. Pero Cassano no hizo ni caso. Para que el riesgo se materializara y los bonos quebraran, los precios de la vivienda debían caer en todo Estados Unidos, algo que jamás había sucedido. Además, las agencias de calificación seguían dando la mejor calificación a esos bonos.
Ficha
-Título del libro: «Lobos capitalistas. Historias de éxito y locura»
- Autor: Alberto Lafuente y Ramón Pueyo
- Edita: Espasa
- Sinopsis: A raíz de la última crisis financiera, los autores realizan una serie de relatos sobre casos reales de la historia de la economía, con muchos ejemplos y amenas anécdotas. El capitalismo ha dado grandes empresarios responsables de su función social, pero también ha producido verdaderos tiburones que han actuado con el único objetivo de ganar dinero arriesgando el capital de los otros. Detalla los casos de Ponzi, Madoff y «otros arquitectos de pirámides. También hay espacio para los hermanos Hunt, Jefri Bolkiah o Joe Cassno, el «peor inversor de la historia». Se trata de un friso, escrito con mucha claridad, de los grandes escándalos de Wall Street.
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