Lorca
La lucha por la caseta y por el bocadillo
«¡Fuera, atrás!». El operario de la Cruz Roja no lo tiene fácil. Hay cinco personas que intentan acceder a la cola de la comida como sea. «¡He dicho que fuera!», insiste, al ver que se esconden detrás de la caseta de la organización.
El caos se va apoderando del recinto ferial de Lorca. Es la tercera noche que muchas familias pasan fuera de sus casas después de que el terremoto les separara de sus hogares. El cansancio, el frío asentado en el cuerpo por las noches a la intemperie –ayer los operativos de la Cruz Roja y la UME aumentaron el número de casetas, en las que dan cabida a entre diez y veinte personas– y la angustia de no saber cuántas noches más necesitarán pasar allí ni adónde irán, hacen que pierdan los nervios. Sobre todo si hay intrusos que se cuelan para conseguir comida y alojamiento. «Vienen indigentes, vagabundos e inmigrantes que aprovechan la situación», informan desde la Cruz Roja. «Hemos tenido que ampliar el número de agentes de seguridad para que controlen la zona porque esto es un desastre». «También les estamos pidiendo el carné para que demuestren que son de aquí».
Para algunos, estas medidas no son suficientes y es que la convivencia está resultando algo conflictiva. «Yo soy de Santa María, he nadido y llevo viviendo en Lorca toda la vida», dice Francisco García. «La comida primero para los españoles, que para eso somos hijos de Lorca, luego los demás». Su amigo Paco le apoya. «¿A tí te parece normal que mi familia valenciana me haya mandado dinero para que compre comida?, si no, me muero de hambre. He tenido que salir al Mercadona». María, de Ecuador, por fin sale de la cola de unas cien personas. «No sé cuántas horas llevamos esperando y quiero volver con mis hijos». Ella y su marido cargan dos bolsas de yogures, bocadillos y bebidas para la familia. Les acompañamos a su tienda, la número nueve. Un niño sale llorando hacia ella. «¡Mamá, no te vuelvas a ir, no sabía si te habías muerto!». «Están muy asustados, tenemos la casa con la señal en amarillo pero no podemos volver porque tienen pánico». Sus vecinos de caseta son marroquíes. «No nos llevamos bien con ellos, en general. Tampoco antes del terremoto pero aquí, además, ocupan todas las casetas porque son familias enormes».
«¿Cuándo nos iremos?»
En la mente de sus vecinos, en cambio, sólo hay espacio para su futuro. «¿Cuándo nos sacarán de aquí?, ¿tenemos que ir al ayuntamiento? ¿y qué pasa con los que tenemos el piso en alquiler? ¿nos van a mandar de vuelta?», son las preguntas que salen en cadena sin tregua. En lo que sí existe un sentimiento casi único es acerca del trabajo de la UME, la Cruz Roja y demás organizaciones y empresas que les han dedicado todos sus esfuerzos estos días. Agradecimiento. «Gracias a ellos estamos vivos», dice Paco, al que todavía le queda humor para la ironía: «Igual de solidario que mi jefe de la obra, que como no puedo trabajar estos días me ha echado».
«Si hay jamón, no pruebo bocado»
Khaliffa y Dounia, después de una larga cola, llegan a su caseta con sólo yogures y agua. Y los bocadillos no pueden comerlos. Son de jamón. «Nuestra religión nos lo impide», comenta Khaliffa. «Necesitamos que un musulmán sea el que nos dé la comida». Después de un terremoto que ha derribado sus casas, tres noches refugiados en casetas y durmiendo en la calle, pasando frío y angustia, están dispuestas a no comer si el menú es jamón. «Estamos yendo a las casetas de la Cruz Roja para que nos den otra comida, pero no llega suficiente y no podemos seguir así porque no nos han dicho el tiempo que tendremos que pasar aquí», dice Dounia.
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