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OPINIÓN: Selección no elección
Aquí estoy, tras las líneas enemigas. Confío en que vendrán pronto a rescatarme. Soy el Soldado Ryan y espero resistir con los víveres que me quedan tras saltar en paracaídas: una lata de esperanza, sin etiqueta, cuya fecha de caducidad reza «25-mar-2012»; un paquete de galletas hiper vitaminadas; unos sobrecillos de café soluble y un cartón de cigarrillos «Light» (ahora dicen «Blue»). Y mi iPad, claro, pues no he venido a pelear, sino a narrarles y a opinar sobre esta batalla (electoral). Cruzo los dedos.
Prometo moverme con sigilo entre las casamatas y artillerías de los contendientes, apenas lo justo para sortear al enemigo. Bien, vale, pongamos «adversario». Este espacio será el claro del bosque en el que depositaré cada día mis apuntes de «campaña».
Les adelanto que no seré neutral en el relato de la ofensiva electoral de un pueblo, el andaluz, que durante treinta años ha otorgado mayorías de diverso grado a un mismo partido, hasta devenir en un régimen tan enredado y asfixiante como el trasmallo para un pez. No es que yo prefiera a unos sobre otros. Sólo digo que la democracia no funciona si perpetúa en el poder, sí o sí, a un único partido. No hace falta haber leído a Raymond Aron ni a Sartori para comprenderlo.
La libertad de elegir representantes no clausura ni termina la democracia. El proceso electoral es acaso un indicativo, un elemento, una pequeña parte de nuestra libertad. Pero, ¿de qué libertad hablamos si, concluido el proceso, deciden convertirnos en esclavos? O, aún peor, ¿de qué libertad hablaríamos si los electores escogiesen la esclavitud?
Parece absurdo, pero la democracia es siempre irracional, una abstracción, un sistema basado en la competencia electoral pacífica y en la misma ley para todos. Aquí, Griñán y Valderas modificaron la Ley Electoral sólo por joder al contrincante. Y lo de pacífica tendremos aún que evaluarlo con los sindicatos. Si terminan por echarse atrás, no será por responsabilidad, sino por temor a que no los sigan ni los parados.
Y, aun así, la competencia pacífica no garantiza virtud alguna, pues una Ley pudiera ser perversa y, sin embargo, asumida pacíficamente por todos. Tampoco garantiza la virtud de los representantes, pues los clásicos, como nos recuerda Plácido Fernández Viagas jr., ya nos advirtieron de que el sistema debiera haber favorecido un proceso de selección (de los mejores, claro está), no sólo de elección.
Imaginen por un momento que en los sobres de la próxima convocatoria (otra sospechosa concesión administrativa) no rezase «Elecciones autonómicas», sino «Selección autonómica». Puede que, en tal caso, las listas de candidatos se nos cayesen de las manos, semivacías, reducidas a casi nada. Ni Vicente del Bosque podría arreglarlo.
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