Castilla y León
Eva Manjón / Actriz: «Las crisis son la mejor oportunidad para los que pelean y plantan cara»
Hemos quedado con Eva Manjón en esa plaza madrileña donde unos cuantos reyes de nuestra tronada historia pasan los días calladamente, en compañía de turistas, palomas y perros que sacan a sus dueños de paseo. Como es muy pronto, llegamos tarde. Tras disculparnos con nuestra encantadora torpeza, basada en el siempre eficaz stuttering, entramos en un bar del Barrio de los Austrias. Se sienta lejos del frío que se cuela por la puerta y pide un poco de agua. En todo momento sonríe con ligereza: no hay más dobleces de las inevitables. Tras tomarse con humor nuestras excusas, notamos que las miradas masculinas del bar nos acribillan. La envidia como la hija bastarda del deseo, siempre lejos de donde se hacen de verdad las apuestas:
«Vengo de una familia muy humilde, situada en el barrio de Los Vadillos, detrás del Colegio de Lasalle, al que fui durante 15 años. Somos cuatro: mi madre –que falleció-, mi padre, mi hermano y yo».
¿Había antecedentes artísticos?
Mis padres se conocieron en una rondalla… Siempre había existido inclinación por la música y el arte. Algo debía de haber, pues a los nueve años escribí una obra de teatro que hicimos en el colegio. Incluso la dirigí. Todavía la conservo…
¿Tus padres te apoyaban?
Siempre. Me alentaban a seguir con mi vocación. En seguida comencé a estudiar danza en una academia, con Alberto Estébanez, gran coreógrafo de Burgos. Y más tarde empecé en la Escuela Municipal de Teatro de José Luis Karraskedo…
Y también fuiste gigantilla.
Sí, algo muy bonito. De esta forma, hacia los trece años yo ya sabía que quería ser actriz, complementándolo con el baile y el canto. Mi idea era irme a la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad), a Madrid.
Estudiaste Gestual, que es como la hermana pobre.
Entonces era una rama reciente, que en España había estado casi proscrita durante el franquismo. Pero el recorrido es prácticamente el mismo que el de Textual. Ten en cuenta que, además, venía del mundo de la danza…
¿El cuerpo es indispensable para interpretar?
Nunca he entendido la interpretación sólo de manera intelectual. Tiene que partir de todo el cuerpo, puesto que vas a interpretar las emociones de un personaje. Y todos sabemos que también parten del cuerpo, no sólo del intelecto.
¿Cómo fue llegar a Madrid?
Como Paco Martínez Soria cuando salía del pueblo con la gallina debajo del brazo. Me instalé en Vallecas, con compañeras. Rápidamente me adapté. Y comencé a trabajar también casi de inmediato.
¿En musicales?
Mi profesor de música trabajaba la Sala San Pol, que lleva casi treinta años con musicales y teatro para niños en campaña escolar. Me hicieron un casting para La Bella y la bestia. Y empecé a trabajar mientras seguía estudiando.
¿Te gustaron los estudios?
Sobre todo, los dos últimos años. La Resad resume un poco los achaques que te da la vida, porque es muy intensa. Es una especie de Gran Hermano artístico en el que se sacan todas las patrañas humanas, tanto los egos y la vulnerabilidad como el talento y el compañerismo.
Hay quien reniega de la Resad.
Si entras muy joven, es muy fácil que te rebeles contra los maestros, contra la pedagogía que se estila. Al cabo de los años, cuando entras en el mundo real, vas descubriendo que tus maestros tenían bastante razón en muchas cosas. Aunque en otras no tanto…
¿El actor nace o se hace?
No lo sé, de veras. A veces me sorprendo con actores que son muy buenos y que nunca pensaron en serlo. En mi caso, creo que he nacido siéndolo. Es lo que mejor sé hacer y con lo que puedo ganarme la vida…
En realidad, como en el periodismo, el título vale de poco: se aprende en el día a día.
La delgada línea entre el intrusismo y el talento es muy tenue. Hay quienes salen en Gran Hermano y hacen cine y quien lleva toda su vida sudando y formándose y no hace nada. Pero no por salir en una película o por hacer una obra ya eres actor.
Pero ayuda. Hay que foguearse arriba, con sueldo.
Tengo una profesora de voz que siempre decía que lo importante no era saber cantar sino que lo importante era que te pagaran. Hay algo de razón. Pero al final el tiempo hace su criba. El talento se demuestra andando.
Eres optimista…
Hay que serlo. Los actores tenemos que pagar hipotecas y tenemos que seguir viviendo… Además en este oficio siempre se piensa mal: «Ésa estará ahí porque se acuesta con el productor…» Oye, curiosamente, eso nunca se piensa de un político o un deportista.
Trabajadora y talentosa, dueña de unos ojos intensos, aún está aprendiendo un oficio en el que la vida y la ficción se mezclan más que en cualquier otro. Hasta ahora ha desgastado con varios musicales de éxito los escenarios de España y de México. Entre otros personajes, ha sido Wendy o Sherezade. Y ha cantado a Abba. Además de su paso por la Resad, también ha estudiado con una leyenda como Marcel Marceau. Buena conservadora, de reflejos rápidos, dudando siempre de lo que dice para ver si así da con la idea más precisa, se halla en uno de esos instantes en que todo se detiene para coger impulso:
«Estoy en un período nuevo. Me siento más madura, más estable. El parón, que es siempre inevitable en un actor, sirve para reflexionar, para reciclarse. Y además ya llevo diez años sin parar».
¿Sigues formándote?
Estoy en la Central de Cine y he retomado las clases de danza. Me sirve para mantener no sólo la disciplina mental, sino también la física. Estos momentos de pausa son muy necesarios.
Pepe Sancho me contaba una vez que sin ellos el actor es nada.
En la vida, los cambios y las crisis son siempre interesantes. Es cuando te fortaleces y sales hacia delante con más fuerza que nunca. Te sirven para saber qué camino vas a escoger, incluso para darte cuenta de por qué no consigues lo que deseas.
Reducen la soberbia, la vanidad.
Te devuelven a la tierra, lo quieras o no. Es muy peligroso rodearte de aduladores, pues tal vez no te valoren por tu trabajo, sino por cómo es tu pelo. Siempre hay que tener alguien al lado que te diga: «Nena, eso no está bien…»
¿Sientes el pánico que a veces da estar quieto?
Sé que va a llegar algo, lo sé perfectamente. Lo más importante es que estoy dando los pasos que tengo que dar para que en algún momento llegue. No estoy en el sofá…
Y sirve para tu oficio: da experiencia vital.
Que es buena tenerla. Pero eso no quiere decir que, si algo no te ha pasado a ti, no puedas interpretarlo. No hace falta probar la heroína para poder interpretar a una heroinómana. Un actor es el canalizador de emociones de un personaje inventado. Cuantas más emociones tengas y conozcas, mejor.
¿Interpretar es un oficio o es un arte?
Es un oficio artístico. Me gusta verme a mí misma como artesana, más que como artista. El arte es la combinación equilibrada de técnica más talento. Y no olvidemos que este es un oficio muy terrenal…
En el que hoy se hace a Shakespeare y mañana a Paso.
Un actor tiene que hacer un poco de todo para recoger de todos lados y hacer su propio collage de aventuras. Y si no te equivocas, no vas a valorar lo realmente bueno. Es como una montaña rusa…
¿Empieza a ser por fin un oficio valorado?
Hasta hace no mucho una actriz era para buena parte de la sociedad casi como una prostituta. Ahora, no sin el esfuerzo de las generaciones que nos han precedido, se está empezando a demostrar que la actuación está muy cerca del arte…
¿Incluso en los musicales?
(Riendo) No seas malo… Es un género que aún no está valorado como se merece, pese a nuestra tradición en zarzuelas y en revista. Para mí hay dos tipos de musicales: los que tienen una dramaturgia y una historia que se cuenta a través de la música y otros en los que la música, por así decirlo, define todo.
La diferencia entre Los miserables y Los 40.
Eso es. Los últimos son preciosos y valiosos, con gente estupenda trabajando en ellos, pero, en realidad, están más cerca de conciertos de grupos que te gustan. No tienen nada que ver con Los miserables, que es casi ópera.
Has hecho bastantes musicales para niños…
Que es el público más sincero. Su aplauso nunca es hipócrita. Y si hay silencio en la sala, cuando se quedan embelesados, es escalofriante. Y tienen otra cosa buena: el público familiar arrastra a más gente a los teatros…
El teatro lleva en crisis desde la época de Tepsis…
Es una queja histórica, ya. Pero las crisis, como hemos hablado, son una oportunidad. El que resiste con valentía termina ganando. Y además sirven de criba para saber quién vale y quién no.
Y pese a tanta crisis, el teatro sigue vivo.
Los actores somos una especie en extinción que jamás se extingue. El teatro es la representación de la realidad. Dime qué se cuenta en un escenario y te diré qué está pasando en la sociedad… Y la sociedad quizá siempre esté en crisis.
¿El teatro va camino de ser solo para minorías?
Depende del teatro. Los musicales están abriendo la mente de mucha gente que dice que no va al teatro porque no le gusta, por disparatado que suene. Y hay gente se queja de su precio, pero se gasta el doble en unas copas…
¿Es el gran género?
Es el género madre. Los códigos de los géneros son distintos. Hay actores de teatro extraordinarios que son incapaces de hacer cine. Y viceversa. Hay que adaptarse a todo.
Robert Mitchum decía que para interpretar cine bastaba con no golpearse con los muebles…
No es sólo eso, claro. La diferencia está en manejar tu código de actuación en un perfil más natural. Te pondré un ejemplo. Si cojo una copa, en el teatro la tengo que levantar para que el de la última fila me vea, pero, si lo hago igual en el cine, me salgo de plano, basta con un solo gesto.
También estudiaste con un gigante como Marceau.
Fue estupendo. Pero el mimo de Marcel Marceau sólo lo puede representar él. Su personaje y su manera de expresión han muerto con él. Es probable que su arte se haya quedado obsoleto.
¿Cómo fue la experiencia?
Alucinante. Fue el primer año que entré en la Escuela. Es una disciplina como el kung fu: hasta que no estás años y años procesando información y entrenando el cuerpo no dominas la técnica…
¿Te sirvió para actuar en otros registros?
Muchísimo. Me di cuenta de que con el cuerpo podía hacer otras cosas. Alguna vez he conseguido personajes a través del cuerpo. Por ejemplo, la danza me sirvió para hacer a Wendy: el saber estar, la espalda recta, el flotar de los brazos… Todo puede ser una herramienta más…
¿Y cuando llegue la fama?
No me preocupa. Hay dos tipos de fama: la de la popularidad por las revistas y la del reconocimiento por tu trabajo. A mí me interesa la última. Hay que saber labrarse el camino.
Quizá baste con recordar de dónde venimos.
Por eso siempre tengo presente a mi madre. Va a hacer dos años que falleció. Siempre que tengo que tomar una decisión, pienso en qué me diría. Y no falla. Encuentro una respuesta inmediatamente.
Es que la memoria tiene algo de ética.
Además, ella era una mujer muy sabia, con los pies en la tierra, muy positiva, a pesar del sufrimiento que hubo de pasar. Fue una gran maestra. Mi objetivo también es llegar a cumplir cosas que a ella le hubieran gustado ver…
¿Vuelves por Burgos?
No todo lo que me gustaría. Se nota que está tratando de modernizarse, por ejemplo con el Museo de la Evolución Humana, pero quizá aún le falte. Todavía hay gente que, si vas por la ciudad con un foulard más estrafalario de lo normal, te mira.
¿Pese a tanta globalización?
Lo veo en mis amigas, con las que estudié. Aunque no quieran, se ven arrastradas por el qué dirán… Pero, por otra parte, así se consigue que las costumbres permanezcan.
También se emprenden proyectos muy actuales.
Alberto Estébanez tiene un festival de danza, Burgos-New York, que está funcionando muy bien. Es bueno que personajes jóvenes y emprendedores quieran salir para devolverle a su ciudad lo que ésta les ha dado.
¿A Castilla y León le falta impulso?
Tal vez sea por varias razones, desde absurdas disputas geográficas hasta nuestro propio carácter. El estar en el centro, mezclándose con otras comunidades, puede que le haya restado identidad. Ahora bien, voy de castellana por la vida.
¿Incluso en el carácter?
También. Todo lo que se dice de nosotros es cierto. Siglos y siglos nos han hecho ser como somos. Cuando abrazamos, lo hacemos de verdad. Y cuando nos enfadamos…
Eva Manjón pertenece a esa juventud de Castilla y León que prepara con tesón y sin prisas su asalto al futuro. Una vez que apagamos la grabadora, salimos del bar y nos despedimos. En la plaza, los reyes siguen en silencio, las palomas picotean en los desagües y los perros se compadecen de sus dueños. Como escribiera John Ashbery: «Todo seguía igual que de costumbre, / excepto por el peso del presente, / que arruinó el pacto que hicimos con el cielo». Pero seguro que esta burgalesa tiene un pacto irrompible…
DE CERCA
Un libro.
El tiempo entre costuras.
Una película.
Kill Bill.
Una obra de teatro.
El mercader de Venecia.
Un musical.
Billy Elliot.
Un actor.
Carmelo Gómez.
Una actriz.
Kate Winslet.
Una virtud.
El sentido de justicia.
Un defecto.
Ser impulsiva.
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