Estados Unidos
Encrucijada española (I) por José Clemente
Llueve sobre mojado. España encara ya su tercer duro ajuste en lo que va de año para evitar un «martes negro» como el que sufrió la Bolsa de Nueva York el 24 de octubre de 1929 y que dio pie a la llamada «gran depresión», la mayor crisis económica de Estados Unidos desde la guerra de independencia de 1775 y, posteriormente, la guerra de secesión o guerra civil americana de 1865. Después vinieron otras crisis de menor intensidad, hasta la llegada de las «subprime», donde el alto riesgo en las operaciones crediticias e hipotecarias arrastró de nuevo a la economía norteamericana al borde del «crack». La antigua URSS, espoleada primero por la carrera espacial y, más tarde, por la carrera armamentística de la «guerra fría», también se vio azotada por una gravísima crisis económica tras al caída del Muro de Berlín en 1989 y el efecto centrífugo de las antiguas repúblicas, primero las bálticas y poco después las euroasiáticas en 1991. Al igual que la extinta URSS, la era de crecimiento desaforado y especulación sin límites de Japón hace más de una década también hizo desplomarse su hegemonía en Asia a consecuencia de la burbuja financiera e inmobiliaria que se vivió en los años ochenta, y que le permitió un crecimiento del 9 por ciento anual con un precio revalorizado de la vivienda que superó el 75 por ciento sobre su precio real.
Occidente, al menos lo que conocemos como primer mundo, hacia aguas por todas partes, salvo para la vieja Europa, cuyo Estado de bienestar no podía salvarse de la encrucijada que arrastraba al planeta entero a finales del siglo pasado, encrucijada que también es la española. Pero la implantación del Euro como moneda común y la unificación de las dos alemanias iba a producir efectos indeseados y poco previstos en la Europa pujante. Primero fue Alemania, que con la unificación aún inacabada pero como resultado de las políticas «manirrotas» de los socialdemócratas de Gehard Shröder, acabó por romper al SPD y metió a los germanos en la peor crisis de su historia desde la II Guerra Mundial.
Más de ocho años le ha costado a Alemania crecer por encima de España, pues a la llegada de Ángela Merkel al poder en 2005 lo que hoy es la locomotora de Europa no era otra cosa que un país en quiebra y con la mayor tasa de paro de todo el continente. Su receta no ha sido otra que el ajuste tras ajuste, austeridad espartana, rigidez presupuestaria y severidad económica, con el sólo objetivo de encontrar la senda del crecimiento. Y le ha funcionado. Como a Estados Unidos le ha funcionado la austeridad, como a Rusia y Japón le han cuadrado las cuentas al ajustar los gastos estériles que se comen al Estado real de bienestar, porque no hay dinero para todo ni para todos. Ayer, ante el pleno del Congreso, el presidente del Gobierno anunció un paquete de medidas cuya sola enumeración eriza la piel. Lo podía haber dicho más alto, pero no tan claro: «soy el primero al que no le gustan estas medidas, pero debemos tomarlas». Valcárcel abundó en la misma idea, porque esto no es del gusto del PP, sino una de las muchas consecuencias de lo que hemos heredado, lo mismo que Merkel de Schröder. Tocan meses de duro ajuste, pero los españoles no podemos rendirnos ante la primera adversidad que nos amenace. Alemania tardó un año en salir del agujero y nosotros también podemos hacerlo, al menos intentarlo por los que vienen detrás. Lo contrario no nos lo perdonaríamos jamás. Es el pan de los cobardes.
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