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Ensayo de campeón
Sevilla- Sólo le queda por escribir mañana la que él mismo ha calificado de «noche más hermosa», para que al alba del lunes, no sabemos si con viento duro, «el sol del cambio salga por el levante de Almería». Y al día siguiente, el martes, a Olvera, su particular Cebreros gaditano, a festejarlo con los amigos de la infancia y la adolescencia. Por primera vez en la Historia no son las cuentas de la lechera. Son las encuestas y la temperatura ambiente, las que predican que el PP ganará con nítida ventaja las elecciones andaluzas y que con muy elevada probabilidad podrá formar gobierno. Será entonces cuando la guerra civil haya terminado de verdad y tal vez la Agencia Europa Press pueda reeditar por partida triple su teletipo más famoso: «Franco ha muerto, Franco ha muerto, Franco ha muerto». Porque mientras la izquierda pretende mantenerlo vivo, siempre ha sido el centro derecha civilizado el primer interesado en matar al dictador. Y no se olvide que Arenas echó su primera dentición, sin colmillos, en la UCD.
En realidad, la previsible victoria de los populares del sur únicamente puede entenderse cuando se contempla su hercúlea y titánica tarea desde los años 90. Zigzagueante y guadianesca y con algún que otro vaivén, pero «siempre, siempre, siempre» sin perder el norte. Porque la única dirección política y sentido mismo de su vida pública y privada ha sido que la democracia cristiana regionalista lograra acceder a la Junta de Andalucía. Así se lo han recordado recientemente Gabriel Amat, Pedro Rodríguez y Juan Ignacio Zoido.
La primera vez que concurrió, en 1994, aumentó la representación de su partido quince escaños y quedó a solo cuatro de la entonces todopoderosa maquinaria socialista. Aunque la suya no fuera tampoco desdeñable con Manuel Pimentel, Amalia Gómez y, entre bambalinas, un jovencísimo Antonio Sanz. Y es posible que de haberse presentado en el año 2000 lo hubiera conseguido. Sin embargo, su olfato olisqueó demasiadas incertidumbres sociológicas e históricas en una Andalucía todavía de la post transición y decidió que el momento no había llegado, que era preferible hacer carrera en la política nacional. Visto con perspectiva, todo un acierto. A excepción de Felipe González, con cuyas dotes de oratoria y persuasión no sería descabellado compararle, Javier Arenas es el dirigente andaluz con mejor currículum. Y ello le ha permitido apuntalar en épocas especialmente difíciles la estructura misma del PP nacional. No es de extrañar pues que, a diferencia de la soledad y orfandad gélidas con las que Griñán ha penado estos días, el candidato popular se haya paseado cogido del brazo de medio consejo de ministros por Andalucía y cuatro veces haya bajado a apoyarlo desde La Moncloa el Presidente del Gobierno. Incluso Rajoy le ofreció el pasado viernes cerrar el turno de intervenciones en el mitin del Polideportivo San Pablo. Por tanto, con exhibir dichos poderes, con su conocimiento exhaustivo de la región, con un partido desde hace ocho años en estado de movilización permanente y con la cocaína del caso ERE destruyendo los tabiques internos de un PSOE que no quiso oler el propio hedor que desprendía, la campaña electoral le ha venido hecha por añadidura.
A media voz, apoyado sobre el atril, sin un grito, sin un insulto, casi queriendo pasar desapercibido, debatiendo con la mesura, ofreciendo concordia y bañándose en humildad. Con un tono institucional y cuasi presidencial, de ciudad media en ciudad media del interior. Tranquilo por no parecer confiado. Y volcado especialmente en las provincias de Cádiz, Almería, Málaga y Sevilla. A partir de mañana, si la estadística no deriva en milagrería, comenzará a hablarse de un nuevo «Caso Campeón», pero no el de José Blanco, sino el de Javier Arenas, un felino de la política que ha consumido cuatro vidas en subirse al tejado de San Telmo. Le quedan como mínimo otras tres.
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