Libros

Libros

Baraja

La Razón
La RazónLa Razón

En el viejo casino, donde acudo a veces a tomarme una zarzaparrilla, hay en la mesa de al lado tres que estaban jugando al tute: que, como está terminando la partida, pongo oído a lo que se digan, por si me enseñan algo de ese juego o del otro:
-Ahí van: los reyes toditos, y fin.
–Puf, así no pué ser, Perucho.
–¿Qué no pué ser, Bernardo?
–Hombre, que no tenías nada y de una baza te entran los cuatro juntos: no hay derecho.
-¿Qué derechos? La suerte.
–Por pura suerte no pasan esas cosas: de 40, 4 iguales en fila; no.
–Pues ya ves que pasan.
–Eso sólo prueba una cosa.
–¿Cuál?
–Que estaban mal barajadas.
–Ah. O sea que… a ver, Garmendia, usté que entiende de números, ¿qué hay con eso?
–Hombre, razón tiene.
-¿Qué juego es ése? O sí o no.
–Pues ni sí ni no, Perucho. Él piensa que en un mazo bien batido los naipes han de estar desordenados y que no deben guardar rastrode ordenación ni por números ni por palos.
–A ver, si no, qué es lo que hacemos cuando jugamos: con las cartas que nos van cayendo al capricho de la suerte, tratar por cálculo y maña de formar en la mano un orden y mejorarlo, ¿no?
–Una guerra de la astucia contra el azar, como diría un filósofo.
–¿Qué filosofía ni aritmética? ¿Es que no puede darse que por azar se produzcan tramos ordenados de vez en cuando?
–Sí, hombre, y que, como al azar le diera por trabajar mucho en ese sentido, nos iba a quitar el mérito a los jugadores, ¿no?
–¿Cómo es esto?
–Vamos a ver: vosotros ¿creéis que hay un orden perfecto?
-¿De las cosas del mundo? No.
–Ni yo, aunque lo mande Dios. Pero en un mazo de 40 cartas…
-Sí, el que haya elegido el vendedor para presentarlas por palos y por números.
–Un desorden perfecto no puede haberlo nunca: siempre que tratéis, con cálculos, de ordenar los naipes, lo estáis haciendo sobre algo de ordenación que quedaba entre ellos.
-¿Siempre sobre un orden?
-¿Será posible, tío?
–Pues como le aplicáramos el cuento a la política...