Estreno teatral
El toro gay
Si Javier Clemente no existiera, habría que parirlo. Ahora que ya está de vuelta de «to», y que le quiten lo «bailao», cada cierto tiempo reaparece. Podría decirse de él que es un personaje reminiscente. Un tipo que deja huella; la antítesis, por ejemplo, de Manuel Pellegrini, aunque comparte con él el oficio y todo lo bueno y lo malo que arrastra su profesión. A él podrían no renovarlo por descender y a Pellegrini podrían echarlo tanto si es campeón como si no. Pellegrini, sin embargo, es partidario de pensar lo que dice, se ahorra la naturalidad. Clemente, por el contrario, es un volcán que dice todo lo que se le pasa por la cabeza sin que le frene un segundo de meditación. Javi no deja a nadie indiferente y, en esta semana cruel que el destino le reservó, ha vuelto a soltar una de sus ocurrencias, como si intuyera que después del Valladolid lo que le espera es «El club de la comedia». Condenado en la última jornada de Liga a enfrentarse al mejor equipo del mundo a vida o muerte, con lo que su empresa tenía más de suicidio que de reto, de cortarse las venas que de dejárselas largas, concretó así su puesta en escena en el Camp Nou: «Si vamos a morir, prefiero que caigamos como un toro bravo, no como un cordero, o como una vaca, o como un toro gay». Pudo calificar al animal de manso, término más propio de la Fiesta; pero no pensó, dijo lo primero que se le vino a la cabeza. Restó trascendencia a la tragedia vecina con un chascarrillo. Acertó. El futuro del Valladolid en esta temporada que ayer pasó a mejor vida lo ennegreció su presidente, Carlos Suárez, cuando cambió a Onésimo por Mendilibar; de tal forma que Javi sólo podría haber sido «culpable» de su salvación.
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