Disturbios

Los límites del descontento por Jeff Jacoby

La Razón
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En las protestas del colectivo Occupy en Phoenix, las octavillas alentaban a los ciudadanos a usar la violencia contra las fuerzas del orden y sostenían que «existen dos opciones: someterse o matar al madero». En el Parque Zuccotti de Manhattan, una «indignada» de «Ocupa Wall Street» sufrió una agresión sexual en el interior de su tienda de campaña según el «New York Post» y otra mujer fue violada en el mismo lugar. En Denver, los activistas cargaron contra la Policía y tumbaron a un agente de tráfico. «Ocupa Oakland» también tomó un cariz violento. Y en los municipios de Boston a Berkeley, la instalación de los campamentos ha coincidido con el incremento de las denuncias por actos de vandalismo, asalto y robo.

Hay quienes han tratado de comparar las protestas de «Ocupa Wall Street» con las concentraciones del Tea Party. «No son tan diferentes», dijo Obama al periodista de la ABC Jake Tapper. «Desde la izquierda y desde la derecha, ambos me parece que se sienten de-sencantados con su Gobierno». Pero el contraste entre los ocupantes y los teístas no podría ser mayor. Las concentraciones del Tea Party no transforman espacios públicos en vertederos municipales ni han incitado a los manifestantes a cargar contra la Policía.

Es cierto que tanto las filas del Tea Party como las de «Ocupa Wall Street» están trufadas de gente frustrada y harta; ambos movimientos aspiran en la misma medida a realizar cambios en las políticas del Estado. Pero los valores que los impulsan son opuestos. Los teístas defienden el Gobierno limitado, la responsabilidad personal, impuestos más bajos y libertad económica. La prioridad de los ocupantes es castigar a los ricos, demonizar a las empresas y revolcarse en su propio victimismo y su aire de privilegio. Dicen representar al 99 por ciento que está sometido por el uno por ciento. Esta hostilidad de clases impregna el movimiento y está presente en las pancartas y los coros de las manifestaciones («Wall Street es nuestra» o «Los impuestos, a los millonarios»). No debería sorprender pues que un movimiento obsesionado con que hay unos capitalistas que ganan más de lo que producen haya empezado a tratar la propiedad ajena y al vecino con desprecio. El Tea Party, sin embargo, está convencido de que con mayor libertad y menos intervención, todos seríamos más prósperos y productivos. Uno se apoya en la envidia, el otro en el respeto a uno mismo. Lo que les distingue es la cultura del décimo mandamiento.

 

Jeff Jacoby
Columnista de «The Boston Globe»