Feria de Málaga

La ambición de Saldívar nos saca de la decepción

En el sexto, cuando casi habíamos perdido la esperanza, se fue Saldívar al centro del ruedo para brindar un toro que había manseado en el caballo. La tarde nos había crujido por caminos ambiguos: los toros de Núñez del Cuvillo, que embisten allá donde van, salieron descastados, mansos, de poco juego, leves notas que sumar.

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Pero sobre todo, impresentables. Sin remate, fuera de las hechuras de la casa, y muy por debajo de lo que es el toro de Madrid. El cabreo fue creciendo por momentos, equilibrado por otros y reconciliados cuando Saldívar, mexicano de nacimiento, entregó a Madrid todo lo que tenía y más. Y mucho tiene. Se fue al centro para brindar y hasta en el modo de hacerlo se intuía la seguridad, el aplomo. De cemento armado hay que tenerlos (el valor, se entiende) para esperar al toro, que galopaba sin demasiado control, con la muleta plegada en la mano izquierda, y justo en el último instante, cuando se desvela el enigma, cambiarle el rumbo al toro para pasártelo por la espalda.

Entró la gente en la faena, ahí en los dos pases cambiados que siguieron. Y ya nunca jamás le negaron la atención. Acudió el toro con movilidad, incluso con prontitud, pero no acababa de emplearse en el engaño, rematando el viaje por arriba. Lo que transmitía Saldívar es que poco le importaba; pasara lo que pasara él iba a estar atornillado a la arena. Pecó de brevedad en las primeras tandas, más ligadas, y luego se encajó en series de naturales de bella factura. Por encima de ambas, una ambición que deja atrás a muchos de los que ya han pasado por estos lares.

La espada le falló, no las intenciones ante su primero, con el que lo tuvo clarísimo. El toro tuvo más presencia, pitones, manseó en varas, qué demonios, no quería ver al caballo y le esperó también en el centro del ruedo, pero con las dos rodillas en tierra. Cuando el hambre por ser alguien aprieta, los miedos se achantan. Cabeceaba el toro feo, molesto, imposible hubiera sido para muchos... Solventó el mexicano, que se puso firme, inamovible... Menos contundente con el acero, todavía así hubo petición. Sin trofeo, se llevó la tarde. Una corrida condenada al fracaso de antemano con toros así, y una plaza que se sabe por dónde respira.

El público había venido a ver a Morante. Pero nos fuimos con los bolsillos vacíos y aires de decepción. Se protestó por pequeño, y con razón, al segundo. Para consumar el desastre, mostró el toro las fuerzas justas, vino el viento a vernos en ese momento, justo en ese momento, y por ver, no vimos más que una faena de aliño. Intentó el toreo a la verónica al cuarto y la media le quedó arrebujada al pitón. Apagado el toro, pasado también por el caballo, la faena nunca tomó consistencia. Ora perdía Morante la muleta, ora perdía las manos el toro... Punto final. Desilusión colmada en los tendidos.

Tampoco tenía remate el anovillado tercero de Talavante. Creímos tener faena cuando la comenzó por estatuarios en el centro del ruedo a un toro que se movió, sin rematar pero manejable. De más a menos le quedó el trasteo. El quinto tuvo una agilidad de cuello descomunal, pero además no agradecía el esfuerzo. Con menos problemas iba por el izquierdo, pero la faena no llegó a tener eco en el tendido. Lo dicho, el mexicano recién llegado para confirmar, les ganó el pulso.

Las Ventas (Madrid). Sexta de San Isidro. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, bajos de presentación, anovillados, de feas hechuras, mansos y poco juego en conjunto. El 1º, manso y difícil; el 2º, deslucido; el 3º, manejable; el 4º, tardo y apagado; el 5º, con mala clase; y el 6º, con movilidad, pero sin emplearse. Lleno. Morante de la Puebla, de verde hoja y oro, pinchazo hondo, descabello (silencio); cuatro pinchazos, estocada, aviso (silencio). Alejandro Talavante, de blanco y plata, pinchazo, casi entera (silencio); media tendida, descabello (silencio). Arturo Saldívar, que confirmaba alternativa, de nazareno y oro, casi entera (saludos); pinchazo, estocada caída (saludos).