Grecia

Esparta o Troya

La Razón
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Zapatero y Rajoy se reunirán mañana en La Moncloa para hablar de Grecia, pero sería mejor que hablaran de España, que les cae más cerca. Hace año y medio que no se ven las caras a solas, y en este tiempo la economía española se ha deteriorado a ojos vista: el paro ha llegado a cotas históricas, las arcas públicas se han vaciado y la solvencia internacional ha empezado a declinar. Razones suficientes todas ellas para que ambos reflexionen sobre los meses perdidos y las oportunidades malogradas para alcanzar un pacto. Si el 14 de octubre de 2008, día en que se hicieron la foto juntos por última vez, el presidente del Gobierno hubiera cogido el toro de la crisis por los cuernos, en vez de posar para en tendido, a la reunión de mañana no le rodearía el dramatismo de una cornada inminente, esa inquietante certeza de que se acabó la comedia y empieza la tragedia. De nada ha servido que el Rey llamara a la cordura, ni que los sondeos de opinión reclamaran la acción concertada, ni que instituciones tan dispares como la Banca y la Iglesia abogaran por el consenso. España está en tiempo de descuento y ésta tal vez sea la última ocasión para que Gobierno y oposición se pongan de acuerdo, y no precisamente por Grecia. La debacle griega se resume en una simple operación bancaria: «Te dejo dinero para que me pagues tus deudas». Atenas debe unos 140.000 millones a los bancos franceses, alemanes, británicos y portugueses; la deuda con los españoles no llega a los mil millones. Por tanto, cada país aportará aproximadamente el equivalente al riesgo de sus bancos, salvo España, que aportará nueve veces más para echarle un capote a Portugal, que está a dos velas. ¿Es necesario que Zapatero y Rajoy se reúnan sólo para esto? No está de más, pero hay otras urgencias más acuciantes y necesidades más perentorias. Por ejemplo, transmitir esperanza a los 4,6 millones de parados e infundir confianza a los empresarios; recortar drásticamente el gasto público no productivo y afrontar sin demagogia las malas noticias, que son inevitables, como la congelación de sueldos y los ajustes de plantilla de las Administraciones; y acotar esa selva de subvenciones, subsidios y mamandurrias cuya única función es engrasar el clientelismo. La lección más elocuente de la tragedia griega es bien simple: quien no actúa hoy como espartano llorará mañana como ateniense. En suma, de nada sirve que Zapatero aplace «ad calendas graecas» las medidas impopulares, así que o se imbuye del rigor de Esparta o a aquí se arma la de Troya.